lunes, 27 de febrero de 2012

Comic Los Acetones (El Gavilán)


Dibujos del Gavilán Entrega N° 1





1945-2010 (El Gavilán)

1945, Sarandí, ciudad en ascenso. Dos acaudaladas familias se disputan la hegemonía de la industria de cueros y encurtidos. Una de ellas, la más próspera, proviene de Italia, tiene el poder político y la estructura económica para llegar a la cima; la otra proveniente de Armenia, la sigue de cerca.

Eran tiempos de zozobra en Sarandí por la reasunción del presidente Juan Domingo Perón en 1952. En un intento por desbancar a los Zuccarelli, los Nigogosian deciden actuar instalando una bomba debajo del coche del jefe de la familia ítaloamericana. Los Zuccarelli, que se encontraban en estado de alerta, responden a la afrenta disparando a uno de los vástagos de Nigogosian mientras éste intenta colocar el dispositivo. Agonizando hace detonar la bomba diezmando así al clan Zuccarelli; llevándose, incluso, la vida del jefe de la familia.

Hoy en día este odio acérrimo de estos dos antagonistas continúa…

2010, Sarandí. Un Audi A4 espera en la puerta de una lujosa casa de dos pisos. A los lados de la entrada se encuentran sendos guardaespaldas armados.
Del otro lado de la calle dos del clan Zuccarelli esperan alerta dentro de un Peugeot 206.
- Va a salir el viejo, estate atento.- dice uno de los ítalos mientras retrae la corredera de su Glock.
El viejo Nigogosián sale de la casa, uno de sus hijos camina a su lado y le rodea el brazo por detrás de la cabeza. Un custodio le abre la puerta trasera del auto.
-Es ahora o nunca- dice el que se encuentra del lado del conductor. – Vamos a reventarlo.
Salen del coche los de Zuccarelli con impaciencia y blandiendo los fierros. Los Nigogosian desenfundan, uno de ellos pela una Uzi; los demás, 9mm.
El del asiento del acompañante es alcanzado por una bala a la altura de la boca proveniente de la ráfaga de la Uzi. El conductor logra bajar a un guardaespaldas; al otro, apenas lo hiere.
La empresa resulta infructuosa, el sobreviviente logra escapar en el 206 azul en el que venían. Descubre, al pisar el embrague, que ha recibido un balazo en la pierna izquierda. Mira por el espejo retrovisor, lo vienen siguiendo.

Cae la noche en Sarandí. Los Nigogosian le pierden el rastro al súbdito de Zuccarelli, que fundió el motor tras la persecución.
Éste divisa una luz llegando a la esquina de Ramallo y Alpatacal y las letras en rojo con la palabra “Remisería”. Pide un auto, éste sabe que lo van a estar buscando durante toda la noche (o durante toda la vida) para encontrarlo si es necesario.
Se sienta en la parte delantera de un Duna blanco y apuntando su arma al costado del remisero le dice:
- Hacete el boludo, arrancá, me tenés que guardar en algún lado pero no tengo plata – Tantea en los bolsillos-. Quedate piola que no te va a pasar nada, en cuanto pueda te pago el viaje.
- Tengo unos amigos en la villa de atrás de Auchan.
- Perfecto, gracias.
- ¿Puedo poner la radio?
El hombre de Zuccarelli asiente con la cabeza. Mientras, Mariano Closs desinformaba en Radio La Red.
A unas cuadras más adelante baja el remisero del auto y explica lo acontecido a un amigo. Los invitan amablemente a pasar. Muchas personas se encuentran reunidas en torno a una mesa larga regada por mucho vino y se escucha chamamé a un volumen exorbitante.
El herido pide hablar a solas con el dueño de la casa. Este accede y salen fuera, lejos del bullicio del chalet. Le pide ayuda mientras le muestra la herida que lleva en su pierna.
El otro, de forma indolente, le comenta que ni en pedo llamarían a un doctor para que lo asista allí mismo, y menos por una herida de bala, puesto que en esa casa se vendía paco y merca, y no era conveniente que anduviese rondando la policía en busca de averiguaciones.
El ladero de Zuccarelli hace ver su arma en la cintura con gran esfuerzo. Casi jadeando exige que se le preste un coche y plata para ir a atenderse.
- Quedate pillo, gatazo. Si necesitás guita la vas a tener que laburar.- dice el anfitrión mientras dispara un cuetazo al suelo con su revólver calibre 38.- vamos a comer, amigo, me caíste bien.
Al cabo de unos minutos el huésped se sentía más a gusto que en su casa. Una de las chicas le había puesto pervinox en la herida y había improvisado un torniquete con un pañuelo. Meta vino, meta chamamé, los visitantes se fueron soltando.
-¿Y de dónde los conocés a ellos? – Pregunta al remisero el empleado de Zuccarelli.
-Son amigos de la noche…- sentencia cual bardo el chofer de remis mientras mira al cielo.-…me ayudan a pasar en vela esas noches de dolor a las cuales uno va sometiéndose a diario…
- Cayate, logi ¿Qué te hacé si vení a comprar merca siempre porque es el único lugar donde se te fía?- Lo interrumpe una gordita, la más picante, desatando una catarata de risotadas y descalificaciones.

Más allá, mientras comenzaba la noche, Nigogosian hijo recoge del suelo la billetera del hombre de Zuccarelli. “Juan Carlos Fernández” rezaba su documento.


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