martes, 31 de agosto de 2010

ASREVER NE AIROTSIH (Monique Giverny)



A las 10 y 12, fue un número más en la estadística diaria.
A las 10 y 10, ni siquiera se dio cuenta del auto que, a contramano, se le vino encima.
A las 10.05, pensó que ya no tenía sentido seguir allí.
A las 10 en punto, estaba todo dicho.
A las 9 y 40, le dio un beso en la mejilla y entró en la casa que por mucho tiempo había visitado casi todos los días.
A las 9 y 35, ella abrió la puerta, con cara de presentir lo que vendría.
A las 9 y 30, llegó a destino, bajó del auto y tocó el timbre.
A las 9, salió de su casa, se subió al auto y arrancó, yendo por la calle que tan bien conocía.
A las 8 y 45, ya estaba vestido y peinado.
A las 8 y 30, se metió en la ducha sin saber que esa sería su última mañana.

Efemérides por Los Alegres Comediantes



El 31 de agosto es el Día nacional de Malasia, de Trinidad y Tobago y de Kirguistán.

Nacen, entre otros, Calígula y Marco Aurelio - ambos emperadores romanos -, Aleksandr Radischev - escritor ruso -, Theóphile Gautier - poeta francés -, Chris Tucker - humorísta de Stand Up- y Oscar Ahumada - futbolista vituperado -

Mueren, Charles Baudelaire -poeta delicioso -, Rocky Marciano - trompeador profesional - y Mary Ann Nichols - la primera víctima de Jack El Destripador-

El 31 de Agosto se celebra el Día de la Solidaridad. Y el de las Bolas de Fuego en El salvador: consiste en dos bandos de jóvenes que se lanzan bombas incendiarias unos a los otros, fraternalmente, cabe destacar.

Un 31 de Agosto Mustafa Kemal Atatürk decreta el cambio de alfabeto para los turcos siendo de un día para el otro todo el país analfabeto. Bobby Fischer le gana a Boris Spassky tras un rudo encuentro y se corona campeón mundial de Ajedrez. Recuperan, dos años después de su robo, El Grito de Munch. Thomas Edison patenta el Kinetoscopio, el primer proyector de cine.

Y hace un año, exactamente, Verito ayudaba a uno de los alegres pibes para llevar a cabo el presente blog. Realizando así una de las manifestaciones de aquella ocurrencia, surgida en una noche de copas y de anhelos, de amalgamar nuestras diversas y errantes energías bajo la verdad de la comunión.
Abrazamos, con especial detenimiento, a todos los amigos que han publicado algo en este espacio, a las hermosas niñas: Vero Porrez, Marina Mangieri, Lara Seijas, Flor Carbajal y a Teté; y a los ágiles muchachos: Benji, Piwi y Adán Cantilo. También a todos los que han cursado las letras aquí dispuestas.

Por todos, por todo y para siempre, que es hoy.
¡Y que el azar nos sea favorable!

jueves, 26 de agosto de 2010

La condesa sangrienta (Adilo)



En los tiempos de Montmartre, la condesa se exaspera con los dolores pélvicos de sus concubinas. No deja que las menstruantes oculten sus vivificantes efluvios. Por el contrario se sambuye en ellos, tomando largos baños en sustancias femeninas. En la noche se sulfura mirando a las niñas que, pálidas, resbalan silenciosamente con alarido angelical y moribundo. De nada sirven reclamos, la condesa se inflama y envía a sus perros para que se encarguen de las heridas.
Ya no habrá reclamos desahuciados, la condesa, ávida, bebe sangre... Saciada pronto se derrama sobre su sofá mugriento y sueña... recomponiendo cada detalle de sus diurnas torturas.
Mientras sueña, ávidas mariposas cubren lagos de sangre...

miércoles, 18 de agosto de 2010

El culto a los escarabajos (Alberto Diaz Flores)



Nota preliminar: Un gran sabio de la India clasificó en cinco las actividades de la mente; a la imaginación, una de ellas, la definió como la comprensión de un objeto basada únicamente en palabras y expresiones, incluso en ausencia del mismo.
Quien curse, con suma atención, las líneas de la siguiente intriga podrá, quizá, intuir su desenlace al finalizar el primer párrafo del cuarto y último capítulo.

UNO

Recuerdo que escuché el mensaje una semana después de grabado. Regresaba de asistir a un congreso de Antropología, en Méjico, sobre el totemismo animal en las culturas chamánicas y me encontré con aquellas nerviosas palabras en la máquina.
Adriana sonaba muy alterada, sollozando me pedía, por favor, que la fuera a ver cuanto antes. Supe, de inmediato, que algo sucedía con Antonio. Ese mismo día, por la tarde, la visité en su casa de Bernal. Ella escupió la noticia al mismo tiempo que me abrazó rompiendo en profusos llantos: Antonio había desaparecido en Egipto y se cumplían dos semanas sin que nadie supiese nada sobre él.
Después de un rato, un poco más compuesta, comenzó a relatarme todos los pormenores del asunto. Antonio había viajado, tres semanas atrás, para unirse a una expedición comandada por un amigo alemán que había encontrado, en una mastaba casi destruida en las cercanías de Giza, una momia siamesa. En sus pechos y alrededores se habían hallado también una serie de escarabeos muy particulares.
El arqueólogo y egiptólogo oriundo de Berlín había escuchado, encantado, la disertación que en un congreso realizado en Moscú, unos diez años atrás, había brindado Antonio acerca del culto, la representación, el uso de amuletos y el meramente ornamental de los escarabajos en diversas culturas del mundo. El trabajo se detenía, particularmente, en la simbología especial que gozaba este insecto en la cultura Egipcia y le había valido a Antonio el reconocimiento internacional entre sus pares. Luego de conocerse, una vez finalizado el coloquio, mantuvieron sendas misivas en torno a los tópicos que eran su afán estrechando un gran vínculo.
Debido a su reciente descubrimiento le había enviado a Antonio un sobre con unas fotos, adelantando algunos detalles de los hallazgos, y le había solicitado su incorporación inmediata al trabajo de campo que realizaba. La buena nueva era de por sí llamativa, algo fuera de serie, y algunos detalles parecían indicar que el descubrimiento era muy prometedor.
Apenas llegado a El Cairo, un martes por la mañana, Antonio había telefoneado desde el aeropuerto, como era su costumbre, para avisar que había llegado entero. Sin saberlo, esa fue la última vez que Adriana escuchó su voz.
Durante los primeros días, había supuesto que su ignorancia acerca del avatar de su marido se debía a una falta de comunicación habitual en él, acentuada, por añadidura, por la magnitud de la empresa. Ella no desconocía la curiosa abstracción de Antonio cuando se hallaba enfrascado en algún trabajo. Sabía que su concentración y su pasión lo cegaban de modo tal que hasta olvidaba los buenos modales. Pero luego de pasar trece días sin recibir noticia alguna se decidió a llamar a Munich para pedir noticias de Antonio Jeper a la secretaria del profesor Fiedrich Cupedidae.
Una hora más tarde, en un duro castellano, el mismo Cupedidae le comunicaba, con cierta afectación, que era él quien abrigaba la esperanza de que ella supiese algo sobre su marido.
El profesor le contó entonces que Antonio había llegado dos semanas atrás, un miércoles por la tarde, al campamento apostado en las afueras de Giza. Se hallaba muy entusiasmado con la investigación y estuvo trabajando los posteriores cinco días, sin descanso alguno, dentro de su carpa.
Todo iba bien hasta que el sexto día, un martes, al llegar de un viaje a El Cairo lo fue a visitar por la mañana pero Antonio no estaba allí. Encontró, en cambio, sobre su mesa de trabajo una carta donde manifestaba que debía consultar unos documentos y comparar dos de los escarabeos, los hallados en los pechos de las momias, con otras análogos y que en una semana y algunos pocos días más, a más tardar, estaría de regreso.
Su carpa estaba algo revuelta pero no le sorprendió el desorden. Su valija y muchas de sus pertenencias estaba allí, pero faltaba su mochila. Los escarabeos hallados estaban prolijamente dispuestos sobre la mesa de trabajo, exceptuando los dos que se había llevado consigo Antonio.
El arqueólogo alemán le transmitió a Adriana que este tipo de manejo era inaudito y le confesó que estaba bastante molesto con Antonio. Consideraba que la información brindada era muy precaria y que el retiro a deshoras, casi a hurtadillas, era una descortesía; pero que, a decir verdad, no le extrañaba del todo dada la proverbial y harto conocida excentricidad del particular Profesor Jeper. Le prometió hacer unas averiguaciones y comunicarse con novedades al día siguiente. Al cortar la comunicación Adriana se angustió tanto que me llamó, dejando el mensaje que escuché tardíamente. Ella presintió que algo fuera de lo ordinario estaba aconteciendo.
Al día siguiente, el científico alemán la telefoneó bastante más preocupado. Había hablado con los museos donde se encontraban los más célebres de los amuletos y sellos que representaban la fisonomía de los escarabajos. Antonio no se había presentado en ninguno de ellos.
Decidieron aguardar cuarenta y ocho horas, esperando que el retorno prometido se cumpliese, pero la situación no dio giro alguno pasado dicho plazo. Adriana le requirió entonces al profesor que le diera una relación extensa de todo, incluyendo los detalles que considerase banales.
Cupedidae volvió a masticar las palabras que había pronunciado el día anterior con algunos bocadillos más. Antonio había llegado en un jeep rentado en El Cairo y le había pedido bajar de inmediato a la excavación. Deseaba ver cuanto antes los murales ornamentales en el interior de la mastaba y entrar en la cámara funeraria para ver a la estrafalaria momia. Se trataba de dos hermanos unidos desde la cintura por la columna vertebral, como dándose la espalda, provistos de un solo par de piernas. En sus pechos y alrededores habían hallado los amuletos que tenía por objeto estudiar.

Una vez adentro de la mastaba, Antonio se detuvo con especial interés a observar las falsas puertas que servían, a la vez, para guiar a los espíritus hacia el más allá y para despistar a posibles saqueadores de tumbas. Tomó algunas notas sobre los murales y preguntó dónde se habían hallado cada uno de los escarabeos que venía a estudiar. Luego, permaneció largo rato junto a la momia casi petrificado.
Una vez afuera, Cupedidae manifestó que Antonio estuvo herméticamente encerrado en su carpa estudiando las piezas y que no salió de allí más que por provisiones a altas horas de la madrugada. Esto lo supo por la propia boca de Antonio que se lo contó en una de las visitas matinales que le hizo el profesor. Miembros del equipo notaron que la luz de la carpa de Antonio quedaba encendida toda la noche y lo apodaron en broma: “El noctámbulo”.
Por último, le contó dos hechos curiosos que comenzaban a darle un cariz misterioso al asunto pasado los días. Los había obviado, hasta el momento, para no preocuparla en vano: unas pequeñas gotas de sangre sobre un dibujo de los dos amuletos faltantes que hallaron en la mesa de trabajo de Antonio y una enorme cantidad de estiércol de camello en la anodina forma de pelota que encontraron detrás de su carpa.
Fue entonces, un día jueves, ocho días después de su partida sin regreso que decidieron denunciar la desaparición a las autoridades. Ya se había cumplido el plazo que señalaba la esquiva misiva y no había ningún indicio de su paradero. Los pequeños detalles pasados por alto y la extraña conducta de Antonio abrieron un sendero de especulaciones intrigantes con intuiciones pesimistas.
En primer término, el día viernes, las autoridades egipcias dieron aviso a la policía aeroportuaria y a INTERPOL sospechando que se trataba de una profanación más, por parte de un pirata extranjero, a su cultura milenaria. Dijeron que no había señales de violencia en la carpa, que las gotas parecían propias de un mínimo accidente de escritorio y que la letra de la carta pertenecía, sin lugar a dudas, al Profesor Antonio Jeper.
Cupedidae pronunció sus lamentos al tenerle que mencionar la hipótesis que barajaban los investigadores a Adriana y le declamó su más profundo voto de confianza para con su marido. Le reprodujo, acto seguido, la queja que hiciera por tal maliciosa sospecha a las autoridades egipcias, resaltando que se trataba de un investigador prominente y no de un comerciante de mercado negro de quien trataba todo este asunto.
El domingo, el día anterior a que yo la viese, el Profesor telefoneó de nuevo: no había novedad. Ninguna averiguación había dado fruto, ni para bien ni para mal.
Adriana se encontraba, todavía, convaleciente de una operación en la cual le habían extraído un tumor, apenas un mes atrás, por lo que me ofrecí a viajar sin dilación. La situación me preocupaba demasiado. Egipto, además de ser un lugar maravilloso y místico, era un sitio que podía resultar muy peligroso para un extranjero.

DOS

Dos días después estaba montado en un avión. El viaje no fue para nada grato, lo recuerdo lleno de turbulencias y de imágenes extrañas vinculadas a un inframundo tortuoso suscitado por las líneas célebres de Antonio, con el cual durante todo el sueño estuvimos unidos espalda con espalda. Por un hecho fortuito, había decidido leer su trabajo mientras espera el vuelo y parte del trayecto. Una intuición quizá; azar, tal vez.
Había revisado, antes de partir, su escritorio en busca de los documentos que le había enviado Cupedidae, por mera curiosidad. Mientras buscaba encontré una copia de su ensayo, debajo de un escarabeo que usaba como pisapapel, y hallé también su risueño sello. Recuerdo la gracia que me causó verlo después de tanto tiempo: era una pequeña mariquita con sus iniciales: “AJ”. En el tacho de la basura, solitario, encontré luego un papel madera con unas estampillas del Nilo. El sobre era de Cupedidae, cuyo sello era también un escarabajo pero alargado; seguramente allí habían llegado los papeles que buscaba en vano. Cuando me retiraba del cuarto, vencido, un impulso me hizo volver sobre mis pasos y me lleve el trabajo como consuelo.
Con Antonio solíamos discutir en los años mozos, y hasta apenas antes de los inciertos hechos que se sucedieron, acerca de la condición humana, de su avatar, de sus orígenes y de su destino. A mí siempre me habían fascinado las culturas asiáticas, sobre todo la cultura hindú; a él el oscurantismo egipcio lo apasionaba desde que tengo memoria.
Habíamos sido, desde pequeños, vecinos de la cuadra. Más de pibes nos empezamos a frecuentar, fuimos cómplices de travesuras en la adolescencia, prestidigitadores de amores cuando estudiantes e investigadores en algunos proyectos interdisciplinarios en varias ocasiones.
Algo en lo que reparé en ese entonces y me resulta más curioso aún pasado el tiempo, es el haber recordado con insistencia y de forma vívida su semblante en las últimas semanas de mi estadía en Méjico. Ignoraba que mientras tanto se desarrollaba en otro continente la intriga más profunda que atravesó gran parte de mi vida y que ha revivido tan hondo en mí en estos últimos días.
El ensayo de Antonio era una soberbia exposición de la figura del escarabajo en la cultura de diversos tiempos en todos los continentes. Comenzaba evocando una serie de relatos mitológicos para demostrar la amplitud simbólica suscitada por el insecto.
En Norteamérica los Cheroquis pensaron que en un comienzo el mundo estaba tapado por las aguas y que un escarabajo se sumergió en busca del barro que sirvió, luego de secarse, como tierra para un mundo nuevo.
En Sudamérica algunas tribus indígenas del chaco creían que un escarabajo gigante llamado Aksak había modelado al hombre y a la mujer en arcilla. Presumiblemente, la leyenda se vinculara con la observación del comportamiento del escarabajo pelotero en una franca analogía.
Similar al mito de los Cheroquis, y propiciada por la eterna confusión del cielo y el mar en el horizonte, los tobas de Sumatra hacían provenir al gentil escarabajo de la bóveda azul.
En el oriente por su parte, en las corrientes filosóficas del budismo y el taoísmo se observaban ciertos ornamentos y motivos con figuras de escarabajos; en el emblemático libro: “El secreto de la Flor de Oro” se mencionaba a los escarabajos peloteros y a su bola como un ejemplo de la concentración espiritual, objeto del Tao. En el Japón, en honor a la emperatriz Suiko, el relicario Tamamushi estaba compuesto de 9000 élitros, las falsas alas duras que protegen a las que les sirven para volar, de escarabajos de la familia de los bupréstidos, variedad muy colorida, representando la inmortalidad.
En Europa, el alemán Alberto Durero igualaba en varias ocasiones, en una simbología cuyas raíces se pierden en un intrincado y enmarañado recorrido que rodea, sin poder penetrar, a los alquimistas del medioevo, al Escarabajo Ciervo con Cristo.
Luego pasa a detallar los aspectos entomológicos y formales de los escarabajos mencionando que el fósil más antiguo de lo que podía llamarse un protocoleóptero estaba datado hace 280 millones de años, en el pérmico inferior, aunque recién en el pérmico superior, hace 250 millones de años, podía afirmarse que se encontraban presentes todas las tendencias evolutivas del orden de los coleóptera: el más rico del reino animal con más de 360.000 especies catalogadas, más que cualquier otra por lejos.
Informa sus distintos estadios evolutivos de larva, pupa e imago, repasando algunas curiosidades reproductivas de algunas familias y hace hincapié en la enorme capacidad de adaptación que tiene la especie, que habita desde los fríos polos hasta el desierto abrasador.
Respecto a su aspecto físico asevera que “…los escarabajos parecen despertar en el ingenio humano una suerte de fascinación. Desde los albores de la humanidad hasta la moderna cultura pop de nuestros días”.
Alude a la fascinación que generan sus colores a veces metálicos, como en algunos de los bupréstidos, pasando, según las familias, por todos los colores posibles; incluyendo diversas combinaciones como lunares, rayas, dibujos, manchas o, simplemente, lisos y llanos. En el mismo sentido, destaca las formas imponentes de algunas de las familias por sus disimetrías, con grandes picos tenazas en sus cuerpos. Por último señala que los resistentes insectos detentan una anatomía compleja que se manifiesta desde tamaños milimétricos hasta el rango de los quince centímetros.
Luego la pluma de Antonio hace un repaso por la historia de los primeros colgantes hallados que representaban a los escarabajos. Fueron encontrados en diversas zonas y datados en el paleolítico, entre diez y veinte mil años atrás; mucho antes de que los egipcios hicieran culto de su estampa. Especula entonces una identidad entre el chamán de las culturas primitivas, que servía de intermediario entre cielo y tierra, entre la esfera celeste y el inframundo, y el escarabajo, que vuela pero también puede hundirse en la tierra.
Con datos precisos ordenados en una tabla, prosigue luego a informar los aspectos nutricionales que conlleva la ingesta de estos insectos destacando sus beneficios. Resalta que ésta costumbre, poco usual en occidente, fue y es harto generalizada en diversas culturas en distintas épocas. Citando a Levi- Strauss adhiere a la tesis que relaciona estrechamente a los alimentos y a los adornos, registradas en diversas culturas con sendos animales e artrópodos con la frase: “Lo que se come se festeja.”.
Antes de pasar a la tradición egipcia, donde el escarabajo es el símbolo religioso por antonomasia, relata la curiosa utilización de algunos ejemplares vivos, en la actualidad, como broches en ciertos sitios de Méjico y también hacer unas consideraciones acerca del conocimiento. Más precisamente, sobre el carácter irremediablemente analógico que le otorga al acceso del humano a la realidad y de la mutilación imposible de evitar cuando se mira algo.
Antonio señala que toda percepción es fragmentaria y que hay una tendencia simultánea e ineludible, que atribuye a una impresionante avidez de presente en el conocedor, a relacionar esas partes con un ilusorio todo, cometiendo así, en el camino, todo tipo de falacias argumentales mechadas con aciertos pasajeros.
Hábilmente entonces releva, primero, las costumbres del escarabajo pelotero. El insecto coloca sus huevos en una bola de estiércol que les sirve a éstos de cuna y alimento. El animal en el proceso gira una informe masa de estiércol con los huevos adentro hasta que logra su adecuada forma de pelota. Luego la traslada girándola hasta un túnel que construye previamente donde la entierra unos sesenta centímetros bajo tierra en una cámara horizontal. De ese modo se asegura de que la cría se desarrolle lejos de peligros y de que tenga el alimento suficiente en sus fases iniciales de desarrollo.
Lo citaré dada la interpelación que provoca su discurso:
“Imaginen ustedes que hace miles de años un hombre observa casi pegado al suelo, de cuclillas, o gateando mejor, el lento transcurrir de un bichito que hace girar una bola de estiércol. Imaginen, si le es posible, que de tal comportamiento, inadvertido por la mayoría de sus pares, nace la cosmogonía de una de las civilizaciones más poderosas que ejerció su dominio en todo el mundo conocido por entonces y cuyas influencias se manifiestan por doquier, con una fuerza innegable, hasta hoy en día.
Los egipcios observaron que el sol salía desde el este y se ponía en el oeste; creyeron que salía de la tierra en la mañana y que por la tarde se escondía nuevamente en ella. Percibieron parte de un movimiento circular múltiple, pero no del todo bien e igualaron la bola de estiércol con el sol y le dieron al dios Khepri -el sol naciente- el rostro de un escarabajo en su iconografía. Se basaban también en la creencia de que el pelotero sólo era macho e infirieron que se autocreaba tal y como su dios.”.
Señala Antonio que ésta idea de un dios que se vale por sí mismo existe en todas las civilizaciones: es el famoso motor inmóvil en Aristóteles, lo que sugiere la eterna unidad en los Vedas; en definitiva, la verificación de que todo lo que está compuesto tiende a su disolución, por lo cual debe haber algo permanente que tienda a la compostura siempre.
Explica con sumo detalle cómo los egipcios rendían un culto especial a la muerte y que todos sus grandes monumentos eran grandes tumbas. Ellos creían fervientemente en la vida en un más allá y daban una importancia especial al sepulcro, que consideraban parte de una transición. Luego afirma que la momia es un copia, la mimesis del estado de pupa del escarabajo, que es el estadio intermedio entre la larva y la transformación absoluta y se da en crisálida: analogía muy sugestiva. Afirma también que el diseño de las mastabas, antepasados de las pirámides, con un acceso vertical y su pasillo final horizontal hacia la cámara funeraria, es también una copia de la arquitectura presente en los túneles de los escarabajos.
De los escarabeos, por su parte, informa que son pequeñas imitaciones de escarabajos hechas con piedras comunes o preciosas que otorgaba fuerza, poder y protección colgados en el cuello del usuario. Algunas versiones tenían un espacio hueco, presumiblemente, para introducir un ejemplar vivo. También se colocaban sobre el pecho de los muertos para que pudieran resucitar alcanzando la vida eterna; siendo el objeto que impedía a los malos espíritus llevar el alma del óbito a un oscuro y tortuoso mundo.
Símbolo de la constante transformación, el escarabajo para los egipcios fue como objeto representado, al mismo tiempo, víctima del mismo principio de mutación en torno a su figura. En unas épocas fue amuleto de muerto o de vivo. Tiempo después, transfigurando su sentido religioso, sirvió para testificar la identidad de la realeza en algunas precisas dinastías utilizando su imagen como sello. Derivando, luego, en mercancía de comercio negro o de bazar.
Finaliza Jeper el ensayo con una reflexión acerca del humano:
“...éste entiende el mundo al captar las energías de las distintas manifestaciones de la vida haciendo culto o explicando analógicamente unas cosas con otras; vive de sus verificaciones e intenta trascender con sus percepciones más sutiles.
Mirado desde afuera todo puede parecer una locura pero la fe, sea en la ciencia o en un talismán colgado en el cuello, guarda un aspecto inherente al humano, una relación estrecha y necesaria como la de la vida y la muerte: la de ilusión y verdad. Cambian las excusas y los motivos, los hombres que mandan a los otros hombres también cambian pero la ilusión de que todos detentan una verdad y la fuerza que ésta les brinda parece ser lo único inmutable.”
El trabajo estaba escrito implacablemente. Antonio dominaba el arte de la literatura científica y las relaciones paradigmáticas entre las palabras de un modo bastante singular, lo cual le aportaba a su trabajo científico un inequívoco carácter sugestivo, me atrevo a decir, alegórico.

TRES

Al llegar a El Cairo llamé a Adriana para decirle que había llegado bien. Alquilé un jeep y me dirigí a la excavación de Cupedidae. Después de ocho horas de manejo, con algunas paradas de descanso, arribé ya entrada la noche.
El arqueólogo alemán era un tipo alto, como Antonio, de facciones toscas y de un acento duro; no pude discernir si le molestó mi presencia o, simplemente, si su aspecto y su tono me causaron tal impresión. Me recibió con unas pocas palabras y una sonrisa modesta; luego se despidió, rápidamente, aludiendo un cansancio atroz, retirándose a su carpa. Antes de entrar en ella giró sobre sus pies y con un dedo dirigido hacia un grupo de cinco personas que cenaba a unos cien metros dijo: “Franz”.
Franz era también alemán, la mano derecha del Profesor. Su trato fue mucho más cordial, me ofreció sentarme y me expresó su pesar por la desaparición de Antonio. Caí en la cuenta, al ver los rostros de los cinco hombres, que todos imaginaban lo peor aunque no sabían bien que era lo peor.
Durante la cena me contaron que ellos eran los únicos que habían quedado allí; el resto del equipo se había retirado en los últimos dos días por indicación del profesor. Las autoridades habían mandado a suspender el trabajo y estaban evaluando la posibilidad de revocarle el permiso de manera definitiva debido al incidente y a otras cuestiones.
Desde el descubrimiento de la momia siamesa se le habían presentado a Cupedidae algunos problemas serios con los papeleos pero los había podido ir zanjando con muchos y repetidos viajes a la capital. A sus diligencias personales le sumaba la inestimable ayuda del embajador, del cual resultaba haber sido compañero en una distinguida escuela de Berlín.
Luego de la desaparición de Antonio y de las dos piezas, la revocación se precipitaba, inminente. Cupedidae, justamente esa mañana, había regresado del El Cairo jugándose las últimas cartas en el asunto, presintiendo que lo iban a terminar por correr. Y de hecho, le había dicho a Franz que le había ido bastante mal por lo que se encontraba muy nervioso.
Pedí detalles a los presentes de Antonio y de su estadía hasta su desaparición. Entre todos repusieron las cosas que me había ya mencionado Adriana, casi textualmente. La policía había interrogado a gran parte de la comitiva y había requisado todas las carpas en busca de pistas sin obtener resultados e insistían en sospechar un robo de las piezas. Antonio había salido por la noche sin que nadie lo viera o lo escuchase, y por ningún sitio dejó huella de su paso, sólo la misteriosa carta. Lo que más curiosidad despertaba a todos, generando mayor intriga y comentarios supersticiosos, era la gran bola de estiércol.
La realidad parecía ser que nadie parecía saber qué pensar, o que si lo hacían se lo guardaban por pudor hacia mí. Le pregunté a los presentes, dos asistentes egipcios y dos estudiantes australianos, como lo habían notado anímicamente en su estadía ninguno pudo responder, tan solo Franz vio su silueta una madrugada en el momento en que Antonio entraba en su carpa, el resto siquiera lo había visto. Tenían todos, la indicación expresa del profesor de no molestarlo.
Recuerdo mi sensación de ese entonces. Lamenté que Cupedidae fuera tan egoísta y que estuviera preocupado tan sólo por el destino de su descubrimiento. Ya llevaba más de medio día en Egipto y no sabía mucho más de lo que sabía en Buenos Aires. Por añadidura, la noche se tornaba cada vez más fría y la incertidumbre, proporcionalmente, cada vez más grande.
Hice unas preguntas acerca del hallazgo y me mostraron unas fotos que causaron una fuerte impresión en mí. La forma de la momia siamesa era inquietante. Tuve la sensación de que hubieran partido a un hombre por el esternón y de que le hubiesen abierto, luego, en dos.
En la foto reposaban sobre sus pechos los escarabeos de un verde brillante. Pregunté si se trataba de rubíes y lo único que recibí por respuesta fueron unas risas; los escarabeos me parecieron realmente bellos. Había fotos, en detalle, de otros con similares formas pero en colores más opacos.
Me explicaron que las mastabas eran comunes entre la gente adinerada y que eran consideras como los antecedentes de las pirámides. La presente era muy antigua y estaba en un estado precario. Tenía una singularidad muy especial en su arquitectura; los egipcios pensaban que el muerto tenía un doble, por lo cual construían falsas puertas que oficiaban las veces de indicadores para el camino del espíritu y llegada la ocasión como trampas para posibles saqueadores. En este caso, resultaba extravagantemente intrincada la cantidad de pasadizos, túneles y escalaras falsas que poseía la mastaba; a primera vista parecía incluso ser muchísimo más pequeña de lo que realmente era.
Singular también era respecto de su arte pictórico; las fotos de los murales mostraban a dos hermanos con largos cabellos, uno mirando a un lado y el otro a otro, oficiando el primero como verdugo en un sacrificio y el segundo elevando sus manos al cielo dejando volar un escarabajo. Tales ilustraciones resultaban ser una novedad pues estas representaciones solían ser costumbristas, mostrando las épocas de cosecha o algún quehacer cotidiano. De hecho, sus análogas en otros sitios de la misma zona lo eran; sin embargo éstas parecían guardaban un carácter alegórico indiscutible. Una foto de otra de las paredes dejaba ver, de un lado, el día con el sol naciente con uno de los hermanos y del otro la luna llena con el otro; allí los rostros tenían una marcada diferencia, el primero mostraba un rostro torvo, su par no tenía facción alguna.
Repusieron, brevemente, una de las discusiones que se habían sostenido en el campamento, sobre cómo identificar un hermano del otro en las dos pinturas pero todas las razones que se podían argüir eran rebatibles y concluyeron que se debían cotejar las imágenes aumentadas para poder sacar algo en claro.
Otro detalle era indicador de la importancia del hallazgo. En una cámara superior había una gran cantidad de huesos que indicaban al menos ser los restos de una veintena de personas; se trataba de esclavos. Era común que se sacrificaran a los sirvientes de los amos para que los asistieran también en la otra vida; lo que resultaba curioso en este caso era su elevada cantidad.
Todo el descubrimiento suscitaba, en conclusión, más preguntas que respuestas, lo cual representaba un gran desafío para los investigadores; muchos creían que se trataba de algo que quedaría en los anales de la historia.
Tras recibir todas estas noticias, pedí ir a la carpa de Antonio; en el camino me advirtieron que habían confiscado sus pertenencias por lo cual me lamenté. La carpa estaba bastante alejada de las demás, al menos 100 metros, exceptuando a la única que había por detrás: la de Cupedidae.
Vacía, no permitía ninguna observación: “Es lo mismo que nada” recuerdo haber dicho. Franz entonces me ofreció unas fotos que había sacado de contrabando a la carpa apenas después de la desaparición de Antonio. Había querido retratar los escarabeos y había tomado dos fotos donde parcialmente estaba retratada la habitación.
Tras observarlas minuciosamente no hubo nada que me llamara la atención especialmente excepto unos cuantos frascos pequeños con la inscripción NPH. Aparecía en las fotos una valija marrón muy grande apostada en un costado y ropas desordenadas en un rincón, nada anormal. Consulté con Franz el asunto de los frascos y me dijo que era la insulina que el Profesor Jeper había pedido especialmente para Antonio por su diabetes. Traté de disimular lo mejor posible y oculté mi sorpresa a Franz: Antonio no padecía tal enfermedad.
Me enseñó después una foto de la hoja manchada; las gotas no llegaban a cinco y no eran para nada grandes, casi perfectas formaban una suerte de círculo. El dibujo tenía unidos los escarabeos que auspiciaban para sus portadores el pasaje al otro mundo en perspectiva, mirados desde arriba. Recuerdo que me suscitaron, de inmediato, el recuerdo de la forma de la momia. Intuí que Antonio había tenido la misma impresión al observarlas; quizá por ello las dibujó, pero no me quedaba claro por qué teniendo los originales en sus manos se había tomado tal trabajo siendo, por añadidura, tan poco ducho en tal arte.
Luego de terminar, me condujeron a la carpa en la que pasaría la noche. Me extendieron una invitación por encargo de Cupedidae para participar en lo que presumían el último viaje a las cámaras pero desistí de la oferta, necesitaba hacer averiguaciones con la policía.
Todo el asunto me tenía desvelado, todo era muy incierto, todo olía a muerte. El viento era fuerte y ocupaba en gran medida el silencio; hubo ciertos ruidos metálicos que me crisparon en la madrugada, y recuerdo la gran sugestión de la que fui víctima. Guardo todavía la clara impresión de como al miedo lo confundí con frío.
Por la mañana, un ruido fuertísimo y un gran temblor me despertaron. Salí de mi carpa y una gran polvareda no me permitía ver ni siquiera a dos metros de distancia. Los ruidos, ya más tenues, y el polvo, en proceso de asentarse, continuaron por un largo rato. Los andamios que reforzaban las frágiles paredes habían cedido y el derrumbe había cegado la entrada a la mastaba.
Después de un rato me percaté de que me encontraba solo en el lugar. Fui carpa por carpa pero no había nadie, parecía que todos habían bajado y que las endebles ruinas habían caído precipitando el final para todos ellos.
Las autoridades explicaron que las tareas de rescate resultaban harto difíciles; el terreno cedía y la construcción se había desmoronado hacia dentro, lo cual hacía ardua la empresa. La situación era frágil ya que al retirar los escombros se producían otros derrumbes; uno de los cuales cobró la vida de un rescatista.
Tras tomarme declaración me quedé una semana más en Egipto haciendo todo tipo de averiguaciones infructuosas. Busqué, con ayuda del consulado, pistas acerca del paradero de Antonio pero ya en ese entonces como hasta ahora el velo había caído: no se supo nada más sobre él, parecía habérselo tragado la tierra.
Semanas más tarde descubrieron que una enorme cantidad de cal viva se había encargado de diezmar los restos de un grupo de no menos de veinticinco personas, entre las que pudieron identificar los restos de Franz, de uno de los ayudantes egipcios y de uno de los estudiantes australianos: el resto estaba demasiado carcomido o disuelto para servir de algo, cuando no era inaccesible. Mezclados yacían, ya inertes, los restos milenarios de los esclavos y con los de los recientes desaparecidos.
Luego de varios meses, ya en Buenos Aires, nos enteramos con Adriana del cierre definitivo del lugar. Se dio por concluido el rescate sin un avance mayor y se lo vedó para investigaciones futuras. El curioso descubrimiento había tenido un final tan misterioso como el de las circunstancias que habían posibilitado su existencia; tan sólo unas fotos y varias intrigas rodeaban al asunto.
En varias ocasiones se comparó el ADN de Antonio con el de personas no identificadas halladas en Egipto pero nunca arrojaron coincidencia. Casi un año después encontraron la camioneta enterrada en la arena del desierto, en las cercanías de Giza, pero ninguna pista de Antonio.
Para las autoridades egipcias, duras y desconfiadas, el asunto era turbio en su totalidad. Sospechaban el robo de las piezas y suponían, también, intencionalidad en el derrumbe. Se basaban, aunque no disponían de pruebas fehacientes, en que la última misión fue ilegal pues estaban suspendidos los permisos. Además no se tenían claros los motivos del desmoronamiento pues los andamios y los refuerzos, según declararon los ex miembros del equipo, estaban bien logrados.
Para los supersticiosos una maldición había acaecido en los profanadores que habían recibido como castigo un oscuro destino. Para nosotros desde Buenos Aires, repasando todos los pormenores del asunto, había pequeñas grietas y detalles que no cuadraban, sospechosas ocurrencias y cuestionables eventos, pero no podíamos sacar en claro nada. No atinamos a esclarecer si éramos presos de una sugestión o si realmente había cabos sueltos. Tuvimos noticias con el paso del tiempo de esporádicos derrumbamientos en la zona que nos avivaron el recuerdo del misterio toda vez. Luego, ya sin esperanzas todo se fue diluyendo hasta el recuerdo de su estampa; quedando al fin más preguntas que certezas.
Recuerdo que antes de subir al jeep para ir al aeropuerto vi un brillo en la arena; llamó mi atención y me acerqué para observar, era un escarabajo que hacía girar una pelota de estiércol. La tarde caía y él se hundió con ella en la tierra.

CUATRO

Han pasado treinta años de todo lo que acabo de noticiar. El destino acabó por jugar sus dados. Hace una semana al abrir el diario encontré el siguiente titular, “Curioso descubrimiento en Egipto”, la nota proseguía: “Debido a un sismo con epicentro en Al Fayyum, en las cercanías de Giza, acontecido hace un mes, curiosos advirtieron la entrada en una mastaba derruida que había estado cerrada por más de treinta años por riesgos de derrumbe. Un equipo de arqueólogos nacionales comenzó la indagación del lugar hallando, para gran sorpresa de todos, los cuerpos de dos hombres que en su pecho detentaban un par de escarabeos color verde brillante. Las fuentes policiales afirmaron que se trata de "momias contemporáneas" cuya identificación está en trámite.



Al leer la crónica me decidí a repasar mi acceso a los eventos ocurridos y ordenarlos en el presente relato; este nuevo giro despertó en mí la dilucidación del caso. Toda causalidad es un recorte: un esto que produce aquello suele redundar en una observación de lo inmediato. El repaso de todas las circunstancias es una quimera, y es menester dejar en claro que la mirada construye lo que observa.
Han estado ahí, hace treinta años, los puntos de una trama algo dispersa, esperando que alguien tiente a unirlos. Entiendo que me avispo hoy de lo que pude haber intuido ayer pues no he querido dejar, en ningún momento, una tesis fundamental. Nunca me cuestioné hasta leer la noticia de que Antonio no fuera la víctima sino un victimario en todo este asunto.
Todo, al fin y al cabo, resulta estar presente en todo momento; quizá no en la forma en que lo conocemos, quizá latente, esperando ese átomo o la vibración precisa que precipite su manifestación. Esta historia es, por ende, de algún modo una historia de gestación remota, y como todo acontecimiento, acción y liturgia humana es una mimesis del pasado.
Quizá para comenzar a orientarse haya que remontarse a un hecho fortuito, a un azar o a un determinismo del lenguaje: Cupedidae y Jeper son nombres de distintas lenguas para referirse a un mismo animal, a unos mismos rasgos formales, al escarabajo. Es imposible de calcular las implicancias para ciertas personas de algunas casualidades, como lo es para un hombre comprender las razones de otro hombre para hacer lo que hace.
Muchos años después sobreviene un encuentro en un país foráneo, ambos hombres se conocen y además de compartir un mismo afán se sorprenden al compartir, con sonidos distintos, un mismo Nombre. Otros detalles banales estrechan la unión: los sellos con formas de escarabajo, cierto parecido físico. Fiedrich y Antonio hallan su doble, un espejo donde reflejarse. A esto le siguen las comunicaciones asiduas donde quizá comienza una sugestión anormal.
Me llamó la atención en su momento que Antonio hubiese dejado a Adriana sola después de una operación tan grave; pero algunas cosas pasan desapercibidas por la tolerancia a las excentricidades de los individuos cuando son signo, en realidad, de algo más.
La serie total de eventos me llevaron a pensar que al caso lo rodeaba un montaje: la salida por la noche, el encierro, la carta esquiva, la gran bola de estiércol, la hoja manchada con sangre con los dibujos de los escarabeos faltantes parecían más dignos de una intriga ficticia que de hechos mundanos. ¿Quién podría creer que esa bola no era producto de la acción de un hombre? –Ahora bien, no logro imaginar, todavía, la realización práctica de tal ardid– Además, ¿Para qué dibujaría Antonio los escarabajos si podía manipularlos del modo en que quisiese? A esto se sumaban ciertas circunstancias que no cuadraban: ¿Qué había hecho Antonio entre el martes a la mañana y el miércoles a la tarde, momento en que supuestamente había llegado al campamento? Sólo ocho horas separaban El Cairo de la excavación. Además su apuro era proverbial, tanto que pidió bajar de inmediato, tanto que se encerró a trabajar frenéticamente sin que lo viera nadie nunca.
Me inclino a pensar que los detalles fueron dispuestos por la mente ágil de Antonio, tan hábil y proclive a la ordenación argumental de los recursos. De allí radica que la información real fuese tan poca y la historia tan fantástica: circularon unas líneas bien meditadas por Antonio que profería el Profesor Cupedidae. Fuimos espectadores de una escena, oyentes de un conjunto de afirmaciones falsas y tendenciosas que tuvieron por objeto desviar la atención de lo que sucedía realmente.
El problema de los permisos los acuciaba, Cupedidae viajaba a El Cairo para destrabar la situación con frecuencia pero conociendo que pronto le acabarían de correr de la investigación. El encuentro de las momias siamesas y de las pinturas, extremadamente sugestivas para sus mentes místicas, junto con los inmejorables amuletos precipitó, no me atrevo a dar certezas psicologistas sobre un posible orden, el plan macabro para la realización perfecta de sus creencias oscurantistas.
Podían llegar a reponer la liturgia ancestral que tanto estudiaron, podían suscitar las fuerzas que en secreto añoraban, en el preciso lugar, en la propia meca. Sólo precisaban tener tiempo para hacer los preparativos correspondientes y controlar ciertos eventos.
Necesitaban una buena excusa para sacar a la gente del campamento a fin de concretar su plan y también asegurarse de tener su añorado descanso en la mayor paz. La desaparición de Antonio y la montada fábula del misterio servirían para lograr ambos fines; el tiro del final sería el derrumbe de la mastaba. Guardaron para sí celosamente el secreto que quedó al descubierto con el inesperado temblor: la puerta secreta de la entrada independiente.
Los imagino juntos tramando el engaño: a Antonio pinchándose un dedo después de dibujar los escarabeos, luego de escribir la misteriosa carta. Puedo imaginarlo partir en la madrugada de su supuesta desaparición y encontrarse con Cupedidae en el camino. Los puedo divisar ocultando la camioneta en el desierto.
Creo que con Antonio compartimos esa noche fría, cada uno detrás de las lonas de las carpas que nos separaban apenas unos metros pero ya desencontrados, eternamente.
Los imagino disponiendo el accidente del día siguiente donde, a la vez, sacrificarían a sus ayudantes para su vida postrera y lograrían el cierre definitivo de la excavación donde podrían realizar su apacible descanso, su ansiada transformación. Puedo imaginar a Cupedidae conduciendo a los condenados hombres a su muerte, produciendo el derrumbe sobre sus cabezas cuando ingresaban a la mastaba.
Puedo intuirlos confundiéndose con el polvo al ingresar por el túnel secreto. Los imagino vendándose en el frenesí de su locura, con la fe ciega de una vida futura; no tengo dudas de que su salida al otro mundo la causó la insulina aplicada en una gran dosis. Por último imagino, que en unas semanas se sabrán los nombres de los que descansan allí: Fiedrich Cupedidae y Antonio Jeper.

miércoles, 11 de agosto de 2010

El tiempo es un avión Japonés, se mueve muy rápido – Parte femenina (Teté)



Un potente aguijón me lleva como una bailarina a cuerda. Una niña de tutú celeste dando sus primeros pasos en el gazebo de la plaza de Tandil. Nueve años de nipona inocente.
Nos llevamos a cenar y queremos favorcitos. Palabra exacta para definir lo que nos espera. No sé quien es, no sé quién soy.
Rosario y el Merlu, primer amigo en común. Él espera ansioso y, entre Tiki-taka y filosofía trascendental, nos tira la data de los lugares que pensamos ir. Mira desde el balcón a Cristian Sancho que se hospeda en el hotel de enfrente. Un abdominal papa frita.

El verdadero nombre del Merlu no lo sabemos, claramente es como todos esos personajes que nunca se les recuerda el nombre y en definitiva no importa.

Dice que lo ayude a colgar la bola de espejos, una gigante que se le viene encima, esa que asoma desde el rincón. El Merlu quiere fiesta con televisor prendido, borra de vino, bola de espejos y nosotros dos.
Siento que soy una avioneta en contrapicado dando una charla de presentaciones efectivas. Sería absurdo pensar que si le hablo al Merlu, él me entendería. Sería absurdo pensar que si lo comparto, alguien me entendería. En realidad no quiero hablar con ninguna otra persona que no sea la que me trajo acá.
Pienso que somos personajes sensuales, pasados por espejos rectangulares que nos rayaron cuando me pudo cazar.
Pedimos unas películas, un montón de cosas acumuladas en un sobre papel madera. Ahora son solo cosas. Andanzas, corridas y libretas de subtes. No necesitamos de maratones. Él me cuenta historias de tiburones: el Diego, el vals de Helena, su Gatuni del medio y se atreve. Sus cristalinas manitos rozan la mariposa de mi espalda. Una llovizna helada de verano.
Creo que estoy apegándome a un sabor pronto. ¡Me como las uñas, me tiro por paracaídas y me hago lesbiana! Quiero ser una cajita de cristal y salir corriendo. Manitos crujientes de pervertido veraniego, que suda y lame, se da vuelta y me mira. Raptor de mis secretos que me está engatusando.

lunes, 9 de agosto de 2010

"La cárcel de mar, sal, sol y arena" (Julián Nugnes)




Rada tilly está en Rada Tilly.



Pauli está en Buenos Aires pensando en Trelew y en Jorge Polaco y la Bomba del tiempo y las vacaciones y Verónica.



Verónica piensa en su cámara mientras camina por Córdoba rodeada de cordobeses y turistas. Y piensa en un ex, y en Colombia y los viajes del futuro, y una charla en mi balcón.



Laly está en la productora, chateando y trabajando y haciendo chistes mientras piensa en sus amores, en el concepto de amor, el surf, las rastas, la amistad y el reggaeton.



Mariela trabaja y trabaja y piensa en tango, coreografías y viajes. En ser madre y abuela.



Marian tiene ganas de dejar de pensar y disfrutar su enamoramiento atroz. Está en Bs. As.



Flor maneja su Chevette y el calor y la transpiración y la cumbia le hacen pensar en el sexo salvaje que es la promesa del 2010. Y el porro. Y la risa. Y las aventuras.



Naty y Santi se deben estar besando entre Vilma Palma, Pocho la pantera, Jim Jarmush, Schrott, idea argumental y sexo interracial.



Teté está en Bolivia pensando en comer mas sanito, vivir al nivel del mar una vida familiar y tranquila, su hija del futuro, el amor y la paz dominguera. Documentarlo todo para el futuro en común.



Nacho está en la quinta terminando de hacer un asado y pensando en la playa brasileña, un sendero de bulones amarillos, en sus amigos, en sus amantes y en la que es ambas cosas.



Seba está en su terraza fumando, intuyendo a un Dean Moriarty imaginario, pensando en mochilas, rutas, pueblos, y una nueva identidad secreta.



El alemán esta en Avellaneda mirando una repetición de Francella mientras en su cabeza suena un solo de guitarra que es como una escalera caracol al infinito.



Emanuel está agazapado en la casa de Maru y, como un Tyson enjaulado, piensa en el Gavilán, Prulliere, un LP llamado “Segba”, películas, fotocopias, la merluza, la mercula, la tonta, la menesunda, la papusa, el Tiki, el tirakis, Mauro, Mauro, Mauro.



Juan está en su ventana que da a la cancha del Docke. Piensa en la ovación, el freno, la gambeta, “¡Diego, diego!”, el pase displicente, se acomoda la binchita, encara al arquero de Atlas, parte interna, comba hacia adentro, casi sin angulo la clava al segundo palo. ¡Un Canigol!



Alberto, en Congreso Saigón, piensa en los futuros bigotes del Beto Flores, en su amor hermoso y prohibido, en el devenir de la raza humana. Por ultimo, piensa en un pucho y se hace un té.



Yo estoy atrapado en mis vacaciones costeras, pensando:



“Mujer esfinge de porcelana china, no te olvides de mi”.