domingo, 26 de diciembre de 2010

"Chispa" (Julián Nugnes)




Un amigo me dijo “el foco que perdí espero que me vuelva a iluminar, por fin”.


Y así reencendí mi chispa.



Una amiga me habló y habló y habló y habló, las palabras se espesaron y fundieron con su perfume, la noche entera fue un solo de saxo en espiral ascendente.



Mis amigos jugaron con las palabras de una forma tan “Tiki-tiki” que me volví más Cappista que Cappa.



Un pulpo se agarró con todos sus tentáculos al filo de la ventana cuando su propia genialidad lo empujaba para caer. Yo y mi aliado, estupefactos.



Bailé Rock and Roll intercalado con Twist durante una hora y media. Mi pareja era mucho mejor que yo. Ejercicio recomendable para Navidades.



Los cohetes y corchos vuelan a la medianoche.

El alcohol embadurna el paso del tiempo con esa niebla petrificada tan conocida por todos los vivos, y los muertos.



(“A cada una de tus resacas, dale de postre una pileta.”)



Mi novia me amó tanto que sentí miedo.


Y así reencendí mi chispa.



Espero no ganar nunca.


Me apagaría para siempre.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Apuntes, bitácora, el proceso, de eso se trata. (Julián Nugnes)

Sarandí City – Congreso Saigón – Constitu Amore.

Parece ser que Constitución es la última parada de esta trilogía del transporte público, los cuadernos desprolijos, tachados, las hojas perdidas en trenes y casas ajenas, laberinto de autobiografía en verso, poesías en prosa, el fuego en las pupilas, leer sin pestañear ni ponerme a pensar y no dormir nunca más, somos burgueses atómicos, la revelación del Dr. Jekyll, la sumisión, ascenso y caída de Mr. Hyde, surfeando la joda de San Pablo a Sarandí, y no nos queda nada por bailar, con la soga al cuello de los que bailan la danza de chupar la energía, fue otra la movida al regreso de Brasil, somos concientes de un futuro oscuro, ay, pero qué brillante es el transcurrir, de San Pablo a Sarandí, de Sarandí a Congreso Saigón y de vuelta a Quilmes apretado en el tren, escribiendo entre estaciones, soñando películas irrealizables, nunca mejores que nuestra propia aventura, hablando, hablando, hablando de nosotros y el universo, el espacio y el tiempo, la pulsión tanguera, los cantautores malditos de nuestra generación, las canciones para piano a medio cantar, todos los proyectos inconclusos condensados en uno, el fin de mi idea de juventud eterna, el comienzo de la eternidad verdadera, yo nunca quise lo que todos piensan que quise, solo quiero lo que amo, la etimología no me va a engañar esta vez, a partir del refinamiento académico pude refinar más que nada mi esfuerzo, y ahora solo quiero lo que amo, el amor de los amigos y las mujeres, el amor de madre y familia, las promesas imposibles, las traiciones inevitables, rebeliones hermosas contra su comandante en jefe, la entrega de la cinta, el fracaso de lograr la unidad y el colectivo indivisible, el prejuicio se volvió mi más acérrimo enemigo, lo veo encarnado en muchas caras, todas comparten una mueca, una expresión en común, no, no voy a citar a Durkheim, pero todos hablamos de lo mismo, se trata del individualismo hambriento, caníbal, de devorar otros individuos, sino no basta, bailan la danza de chupar la energía, cuando bailemos la danza de compartir energía, va a ser otra la movida, en base a electrocuciones corrí mi propio velo, ahora estoy desnudo y puedo elegir mis palabras y con ellas vestirme, ahora sé que voy a editar este libro, estoy seguro que voy a cantar este disco, ya no tengo nada por lo que estar ansioso, sé que el futuro es oscuro, pero vivimos disfrutando el brillo de este hermoso devenir, aprendiendo y creciendo, mejorando a los que nos rodean, siempre dando todo, todos los días, todas las noches, hasta el ultimo segundo de conciencia, en Congreso Saigón, en Quilmes, en Constitución, en Alberdi, forzando siempre el abismo, sin claudicar, puliendo un estilo, un estilo de arte y de vida, porque el arte es nuestra vida y la de todos los demás, el desarrollo de la palabra escrita más allá de los confines del gusto, el final candente, estrepitoso, alcohólico, la definición que busco en vano,

Porque no la quiero encontrar

La última aduana es la abolición de mi gusto personal.

Eso significa.

A eso me refiero.

Solo la música agujera el cielo.

Vida, muerte y demás.

Los diversos brillos y la trama (Alberto Diaz Flores)


Casa colonial en una zona rural de la Provincia de Buenos Aires. El sitio fue abandonado por sus dueños hace muchos años. Objeto de los embates de la naturaleza, de las travesuras ocasionales de los jóvenes y del atroz e inexorable paso de los años se encuentra en muy malas condiciones.
Entre sus habitantes actuales hay tres gatos -uno negro, uno blanco y uno naranja atigrado- de comportamiento ocioso y estrafalario; están atrapados en un mambo extraño por los influjos de las varias Nepetas Catarias que proliferan en el lugar. Varios insectos ocupan la zona alta y también la subterránea, llevan una existencia maquinal, esquiva y silenciosa.
El avatar cósmico se manifiesta de un modo singular en esta morada. Una araña anhela construir una tela triangular. Unas hormigas sin reina pasan sus últimos días empecinadas en formar una pirámide montándose unas sobre las otras en un intento por lograr una simbólica y paradójica organización horizontal; una torpe e inconsecuente anarquía las lleva, sin embargo, a boicotear su propia misión.
El comportamiento psicodélico e indiferente de los felinos hacia el resto de los seres, exceptuando la vegetación de sus placeres, les permite a los insectos ciertas y pequeñas licencias en el cuidado de sí: deambulan sin la menor preocupación.
La acción venidera se desarrolla en una de las habitaciones de la casa, en una noche de tormenta eléctrica. Los relámpagos permiten la visión fragmentaria de la extravagante escena.
Los gatos están particularmente afectados hoy: son guiados por los objetos de su imaginación, se mueven de un modo errático, alternan inusitadamente persecución de nadie y nada con eyaculaciones, orín con franela y frenesí con quietud.
Las hormigas, tras una ceremonia religiosa en la cual ofrecieron un coleóptero en sacrificio, se disponen a realizar su berretín una vez más; esta vez el intento parece más promisorio que nunca, la liturgia y sus meditadas palabras han despertado una fuerte y precisa energía, algunas de ellas se encuentran en estado de éxtasis.
La araña, por su parte, ofuscada y deprimida por sus cálculos hasta ahora infructuosos se dejó caer hasta el suelo con la esperanza de observar desde otro ángulo el terreno sobre el cual planea su artificioso montaje; la lleva el fulero presentimiento de que no hay tiempo de más.

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Las hormigas se organizaron en una base cuadrada con rapidez, dos o tres se terminan de acomodar. La araña camina lentamente dirigiéndose al centro de la habitación. Los tres gatos soban las Nepetas.

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El gato negro se refriega contra el piso. El gato blanco se golpea la cabeza contra la pared. Las hormigas siguen trepando unas sobre otras, avanzadas ya en su aglutinación. La araña está quieta cerca del centro de la habitación. El gato naranja orina mientras camina pegado a una pared.

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Las hormigas han avanzado de un modo singular, casi están por completar la forma añorada. El gato blanco está persiguiendo una quimera. El gato negro mira sentado, inmóvil en un rincón, la pared. La araña ya está en el centro de la habitación. El gato naranja se frota contra una Nepeta.

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Una pirámide de hormigas se yergue en la habitación. El gato negro camina lentamente al centro de la habitación. El gato blanco se golpea la cabeza contra la pared mientras defeca. El gato naranja le está orinando encima. La araña sigue en el centro de la habitación.

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El gato naranja eyacula sobre la pirámide de hormigas. El gato blanco frenético, en el mismo momento, salta sobre la pirámide y se revuelca girando rápidamente para un lado y para el otro. El gato negro cruza el centro de la habitación pisando a la araña.

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Un rayo acierta, certero, en la casa. Todos quedan momentáneamente pasmados. El gato blanco crispado, cubierto de orín, semen y hormigas, mira al gato negro que pereció por la intensidad de la descarga. El gato naranja, afectado en su sistema nervioso se mueve espásticamente hacia las Nepetas. Las pocas hormigas que quedan se retiran en fila por un intersticio en el zócalo. La araña se invagina cada vez más; ya es un bultito negro en el centro de la habitación


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viernes, 26 de noviembre de 2010

"Constitución" (Julián Nugnes)



Sábado, 8 de la mañana.



Lío espera borracho en la parada del 37.


Nacho maneja su Fox con Seba de copiloto, escuchando “Pescado 2”.


Emanuel y Emilio se preparan un Calimocho.


Libertad amamanta a su futuro bebé.


Gatunni duerme.


Mientras, en Constitución: Yo voy camino al trabajo.



Lo primero que sentimos, una vez que entramos al perímetro que delimitan aquellas cuadras malditas del centro, es el olor a frito. El olor a fritanga es penetrante y rancio, como si todo el lugar se hubiese freído durante días en el mismo aceite barato y berreta.


Pero el olor de Constitu es una fragancia compleja, un trabajo maestro de la baranda mundial. Al olor frito hay que combinarlo, en dosis exactas, con olor a concha laburada, transpiración sobre camisetas de Futbol, panchos, humo de caño de escape, sudor de tetas de gorda, linyera mojado, pene de travesti, olor a tren del ´45.


Creo que sin el sentido del olfato ninguno de nosotros podría reconocer a Constitución aunque se encontrase en Salta y Brasil, rodeado de vendedores de oro, rateros y drogadictos. Estaríamos perdidos, desorientados, sin saber si se trata de una pesadilla o de la misma muerte.


No es mi intención buscar algo romántico en Constitución, no es fuente de inspiración, no me remite a nada bello de mi infancia. No encuentro nada en ese lugar, simplemente es horrible. Pero una clase de horror que se acerca a lo infernal, a los confines del Hades mítico.


Y, claro, allí reside su misterio.


¿Esos hoteluchos, negocios, personas infernales tienen vida propia?


¿O están allí, como advertencia, solo para atormentarnos?


Como diciéndonos, pícaros: “Nunca digas nunca jamás”.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Astronomía (Alelí Manrique)



Y ahí es donde todos los seres videntes y sueltos tenemos algo que nos une más allá del aire libre, concretamente.
Desde el concreto, desde la terraza, desde la arena, la nieve o el mar, desde la primera mujer hasta el último hombre, y es que el poder de nuestros ojos viaja miles de kilómetros hasta chocarse y absorber la luz que emite el satélite de amor, la fiel luna, compañera dependiente de lo terrestre. Y ése es un gran punto en común, donde confluyen todas las miradas, porque a veces se ve mejor de cerca y otras de lejos, pero nunca si estamos inmiscuidos en el asunto. Después además, algunos estaremos conectados con otros al coincidir en: cometas (menor cantidad de la población mundial) y distintas estrellas y luceros, muchos de los cuales incluso…ya no existen! Hace muchos años se apagaron pero su luz tardó tanto en llegar que podríamos decir que es su almita la que toca nuestras crédulas pupilas, que creen lo que no existe solamente porque lo ven.





Visite:
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Fotosíntesis (Alelí Manrique)

Señor malevo présteme su daga para hacerme el harakiri lentamente en este rufo Sunday sunset en el que el Sol de Mayo yira y yira tanto tiempo solo..
Y nada más que para llegar esfumándose mareado contra los adoquines de la calle que está dura y desteñir de a poco, así como los flashes a las adulteradas acuarelas del Riachuelo, las chapas multicolores del caminito.
Mientras tanto, la colorada N* 06 Rojo Pasión, se descalza los tacos para bailar "Canción desesperada" por milésima vez en el día.

El Sentido de la vida (Alelí Manrique)

Acércate a tu balcón y mira para abajo.
Seguramente prefieras seguir ahí antes que tirarte cabeza abajo.
Entonces no te preguntes más eso por favor y ocúpate de algo más.

La fiesta fue una monada (Alelí Manrique)

La fiesta fue una monada.
La pobre rueca no podía hilar ni dos palabras.
La buena pipa bailaba con sus humos adolescentes.
Un pie estaba en el aire porque el otro lo apoyaba.
Fueron Lujo y Lujuria.
Las apuestas comenzaron a correr.
Los buenos mozos tras ellas, olvidando así sus canapés y todo protocolo.
Los rumores no tardaron en llegar.
El mago perdió el saco, se quedó sin su as bajo la manga y se tuvo que ir.
Las mellizas Varicela y Virulana freían churros.
El sol brilló por su ausencia.
Más tarde cayeron tres gotas locas.
Cantó la negra Rosa ¡Fue celestial!
Me llevé buenas impresiones de algunos amigos de la casa, después se las devuelvo.
Le saqué la ficha a varios también, esas me las quedo (a un par los tuve que mandar a freír churros con las hermanitas).
En un momento hubo garrapiñadas..
¡Fue como patada en el medio de la trompa, explotó como piñata en el centro de la torta!
Al divino botón lo invité al balcón a charlar, porque justo en ese momento cantaron el feliz cumpleaños y me quedé sin el pan y sin la torta.
De repente Varicela dijo: “¡Me siento mal!”
¡¡Y claro... había puesto las piernas en el respaldo!!
Estuvo muy divertida, pero al final se cortó la onda con los seres queridos, no quedó ni un alma, ni un cuerpo.
Además ni a Sol ni a Sombra le gustaron mis chistes.
Mañana la calavera no chillará pero el cocodrilo nunca va a llorar en serio

Mañanas bajo el Sol (Alelí Manrique)

Les encantaba que les sirvan el desayuno en su balcón terraza que daba al Zoológico para escuchar a las bestias salvajes levantarse por las mañanas, mientras la empleada doméstica les preparaba y les servía el jugo de naranja, con mucha pulpa, para poder escupirla contra los paseantes que caminaban bajo el Sol por República de la India.

Bulogne al sur del mar (Alelí Manrique)

Adrián vivía desde siempre en Bulogne y trabajaba en la bulonera familiar, hasta que a Bulogne lo tapó el agua , y se empezó a llamar Bulogne al sur del mar, entonces se tuvo que tomar el buque, se fue a Venecia, en donde tuvo que remarla bastante, llovía a cántaros todos los días y Adrián lloraba a mares cada vez que veía una camiseta de River.

Soy soltera (Alelí Manrique)

No encontré a mi media naranja, soy soltera, tengo una hermana gemela, ando en triciclo, alimento cuatro gatos callejeros y mi sueño es viajar a conocer el Pentágono.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Las diversas tramas y el brillo (Alberto Diaz Flores)



Lo primero que vi tras caer fue una difusa luz; la rodeaban con insistencia unos bichos. Había pasado varias horas en la bañadera con el agua muy caliente y al levantarme de repente, ante la ocurrencia de beber un vermouth, mi vista se nubló y pum, al suelo.
Al rato pude recomponerme un poco y mi mano tentó el cuero cabelludo rasgado y sangrante; nada grave. Eso sí, como consecuencia del golpe, mi cerebro parecía leudar, luchando, en vano, por salirse de sus límites tan bien guardados.
Me senté con la espalda apoyada en la bañadera para reposar y después de un tiempo volví a poner los ojos sobre la blanca luz. Noté que la pantalla estaba un poco gris por la mugre y que la parte inferior estaba negra, pero por dentro. Los insectos insistían en rodear la esfera; el dolor, mi cabeza; la cabeza me zumbaba y cada uno de ellos también.
Recordé, cual rayo que surca un oscuro cielo, su tono, su particular modulación, sus precisas palabras: “Te debes alejar para ver ciertas cosas y otras veces debes acercarte”. Me había despedido con ésta consigna gnoseológica en Retiro, tras la cual me guiñó el ojo al tiempo que me calzó un cariñoso cross a mano abierta en la mejilla.
Necesitaba pasar unos meses al aire libre para intentar refrenar una siempre incipiente pastura mental que impedía a otras posibles formas brotar y desarrollarse, según su diagnóstico. “Si hay surcos en el cerebro es posible sembrarlos” me dijo días previos al viaje. Las metáforas vegetales, sin duda, eran sus preferidas para conmigo y las más logradas: “Para qué ocupar la mente en derrumbar todo lo que se te ocurre; sin pensar alcanza. Busca mejor con insistencia ciertas y precisas flores y su evocación quizá te traiga sus olores, sus colores.”
Era un bardo bien ágil Don Tito. Siempre le di crédito, y luego aún más, a sus palabras porque sabía que siempre me ocultaban algo, para que luego yo descubra mucho. “Yo no conozco los libros -solía decir mi abuelo- pero lo conozco a Tito”.
Luego de arribar, al recorrer la estación a pie respirando hondamente, me sobrevino la sensación de estar movilizado. El viaje me había brindado una cierta, bella y pequeña felicidad; alejarme de la ciudad y de los sitios frecuentados me proveyó de una deliciosa amnesia. Fui por el costado del camino, y luego de zapatear polvareda por algo menos de dos kilómetros llegué a mi antigua casa.
Me costó al principio acostumbrarme a su nueva apariencia, toda una nueva vida se desarrollaba en plenitud debido a la evidente falta de ocupación en el mantenimiento del lugar por varios años. El trabajo diario, el de hormiga y el de araña, que hacían antaño mis padres para controlar un siempre presente e imperceptible imperialismo, se tornó para mí, de pronto, harto evidente.
La casa parecía una maceta. Unas desquiciadas enredaderas, por varios sitios, ocupaban las paredes y dejaban entrever, cerca de sus fronteras, las pequeñas salpicadas marrones de vanguardia que anunciaban una próxima e inminente conquista. Unos ya carcomidos y secos burletes no habían podido hacerle frente al insistente avance del polvo que ya se había sedimentado, formando una fina capa de pocos centímetros, en las cercanías de las aperturas, donde crecían unos simpáticos tréboles y unos brevísimos pastos. En diversas rajaduras anidaban unas palán palán con sus flores tubito amarillas y su verdor glauco tan curioso.
Pensé inevitablemente en Don Tito y me fue imposible, desde ese instante, no considerar que lo rodeaba un halo luminoso, un áurea casi mística; sus metáforas cobraron un sugestivo rumbo en mi mente ante el nuevo e inesperado paisaje. Di por verdad entonces estar en una misión emancipadora y, debo confesar, que con antecedentes poco promisorios: una marcada tendencia a la vagancia y, en relación directa a esto, una casi insoslayable adaptación a las contingencias que tocasen en suerte.
Sentí como un necesario deber intervenir primeramente con un trabajo arduo en la secreta contienda por la ocupación del espacio. Como señal de que me hallaba sobre la huella del camino correcto, en mi primer movimiento arranqué un trébol de cuatro hojas, al cual miro todavía cuando proliferan en mi mente ciertas ideas: el movimiento contrario está siempre supuesto en cualquier direccionalidad, en cualquier intención.
En esos menesteres pasé las primeras semanas de mi estadía; la vegetación fue tomando una humana apariencia: un orden dado por alguna que otra simetría y por ciertas nivelaciones logradas por la poda. Hallé, tal como intuí, en esta experiencia los primeros atisbos para la construcción de mi invisible y anunciado jardín.
Al pasar los días me entregué a la observación de aquella otra vida que atestaba la casa, los artrópodos; pero sin descuidar los avances ya logrados: la rutina y el sobreesfuerzo inicial me habían vuelto particularmente eficaz.
Comencé a examinar sus movimientos, sus formas, sus ocurrencias. Dos tipos de arácnidos, por ejemplo, me impresionaron mucho. Una araña de cuerpo pequeño y patas largas utilizaba dos planos -dos paredes en un punto alto o una pared y el techo en su defecto- como cimientos para fijar su tela de pocos centímetros de circunferencia. Si bien hacía alguna reparación que otra, su movimiento era casi nulo y su posición central. Al percibir una vibración en la tela rápidamente se acercaba a cubrir a su presa y volvía a su posición; todo salía de su cuerpo, su complejo arte de vida componía, a la vez, su hogar, su trampa y su digestión.
Otra de cuerpo grande y patas cortas y anchas, más entretenida para mirar, salía cuando caía el sol y tendía, primero, varias líneas en una suerte de asterisco como base. Luego, desde el centro hacía afuera, comenzaba su tejeduría circular; era muy veloz, en menos de media hora desplegaba totalmente su red, de un metro de diámetro, aproximadamente. Un rato antes de salir el sol la recogía en la mitad de tiempo y se retiraba a un sitio oscuro; la exposición directa al sol la aniquilaba.
El acto propio de la observación de las diversas criaturas me llevó a notar que ciertos bichos en mi cercanía huían a velocidades exorbitantes y se escondían en el primer lugar estrecho que encontrasen, con la esperanza de no ser exterminados y otros no parecían conmoverse en lo más mínimo ante mi presencia. Algunos con un coraje impresionante y una abnegación superior por sus pares intentaban luchar contra el gigante y otros tantos se quedaban quietos de inmediato, paralizados. Ninguno quería sufrir daño pero sus actitudes eran bien diferentes.
Me sorprendió la cantidad de artrópodos distintos que no conocía hasta entonces, que siempre me habían rodeado sin que lo notase, y sus increíbles formas, sus modos complejos. Al pasar unos cuantos días, entusiasmado en la observación y en la relación que percibía entre ellos mismos, con los otros artrópodos y con la flora, comprendí la importancia de la diversidad y del equilibrio.
Sentí la necesidad de meditar; había absorbido como una esponja una serie diversa de experiencias que precisaban un orden, y en la marcha hallé una buena compañera. Junto a los pasos oscilaban las diversas impresiones y en el transcurso del camino tendía las redes imaginarias de nuevos paradigmas.
Una tarde, al rebasar los límites de mi circuito habitual, encontré unos ombúes enormes y extraños en la puerta de una casa. De la tierra brotaban sus enmarañadas raíces, pero había cierto detalle que los distinguía del resto de sus pares que abundaban en la zona: era la forma rectangular que guardaba el conjunto basal; parecía que una barrera invisible hubiera limitado los contornos de sus raíces.
Escuché de pronto una voz que me saludaba; era la dueña del lugar que curiosa me miraba del otro lado del cerco. No pude evitar preguntarle, luego de saludarla y presentarme, acerca de los ombúes. Me contó que tiempo atrás habían sacado unos canteros que tuvieron por muchos años ya que estaban cediendo ante la fuerza del árbol. Comprendí entonces la naturaleza de la forma que había captado mi atención; era la huella de una opresión, el resultado de un artificio. Las raíces habían sostenido una lucha incansable durante años contra esos límites, dando mil vueltas sobre sí mismas debido a la contención hasta que se volvieron lo suficientemente fuertes como para resquebrajar los muros.
Luego de una charla amena, en la cual me brindó el conocimiento de unas recetas caseras para alejar ciertas plagas, caminé de vuelta con malestar, asediado por la profunda evidencia de una hostilidad insoslayable que atraviesa a la vida.
Tal visión puso en tela de juicio todas mis creencias y mis esperanzas de encontrar la armonía, pero el triunfo de la resistencia, tan lento como inexorable, mediatizó sus alcances y con un sentimiento renovado opté por la interpretación de los hechos bajo los principios de una comunión que parecía transcenderlo todo. Me pareció, en cierto modo, peligroso amurarme a un solo aspecto de la realidad; siendo tan compleja y tan paradójica.
Pasé varios días quieto, sumido en profundas reflexiones, por momentos creí que iba a desvariar. De mirar el techo y el suelo, alternativamente, hallé otros aspectos del transcurrir de la morada en los que no había reparado: las hormigas colaboraban, en cierto modo, en la limpieza del lugar ya que levantaban todo bicho que cayese muerto y las arañas sostenían una conveniente guerra ancestral contra los voladores, midiéndose por categorías, que eran los insectos más molestos. A veces captar es necesariamente concentrarse en algo y otras veces surge así nomás; Tito era certero.
Al cabo de muchos días, mis observaciones y mis prácticas me hicieron saber que todas las formas contienen procesos simultáneos que son la manifestación de lo Mismo en distintas fases de desarrollo. En cada particular transición esto determina sus modos de relacionarse con el resto del devenir y sus distintas funciones; en una serie que no tiene principio ni fin. Algunas especies colaboran entre sí y otras luchan enfrentadas, pero todas se necesitan de un modo sutil y en esa interacción continua se ayudan a generar las condiciones de vida y muerte para ellas mismas y para el resto. Desde medios donde vivir físicos o químicos, sirviéndose de alimento mutuo y colaborando, a la vez, en sus modos de reproducción. “La vida anhela más vida generando la muerte que la sostiene en vilo”, recuerdo patente haber pensado.
Cada individuo es, por lo tanto, necesario al tiempo que contingente, pues es la encarnación de un impulso pretérito y la transición al venidero. Y todo sentido, pude entrever, es, indefectiblemente, paradójico pues apenas se trata de una dirección, de atar unos cabos en un entramado infinito, y la eterna cadencia escapa a ello por todos los otros sitios.
Medité en la relación que esto tenía con la humanidad, en la particular circunstancia de intuir la gran inmensidad, y lo sentí muy claro: un hombre puede considerarse hombre, estrella, bicho bolita, mono, león, volcán, margarita, porque de hecho lo es de algún modo, en algún lugar y en algún tiempo; puede hundirse en cualquiera de las tramas que pueda hilvanar su sentido siempre estrecho, puede vibrar con los ritmos que invoque su caleidoscópico cuerpo porque está haciendo algo más. Es un juego eterno el buscar y perseguir lo que está aconteciendo ya.
Pensé en una revolución real del humano y noté qué es lo que está sucediendo ahora, en cada sitio y en cada lugar, es esa transformación constante que es la base misma del tiempo. La tendencia a la mutación que sólo se puede percibir a través del prisma que es uno, al ver los imprevisibles haces que van brotando cuando lo atraviesa la luz.
Al fin y al cabo de mi expedición, he comprendido que la libertad que se añora la encontrará quien la busque con intensidad, e intuyo que el sitio donde la hallará no rebasará el contorno de su propia piel, pero en el momento preciso en que entre en contacto con otra piel. Ese es nuestro destino y es don cultivar tal semilla vital; cuidarla y vivir con alegría junto a los demás que comparten nuestro avatar y resistir el asedio de las otras energías que siempre han de estar y que nos buscarán dominar. Quedarse quieto nunca es una opción real, ya que es una ilusión eso de no actuar. Me lleva el presentimiento de que está pasando lo que tiene que pasar para que despierte lo que ha de despertar.
Ese día al componerme del todo me acerqué y desenrosqué la esférica pantalla; con cierta tristeza vi cientos de insectos muertos. Su acceso al cosmos es la luz que marca sus ritmos vitales y que calienta su fría sangre. Desde el sol o su espejo, la luna, la diseminación de luz es regular pero el invento humano es insuficiente. Los insectos, confundiendo tal brillo con los astros, son ilusionados por las ondas intermitentes que impactan de modo tal que los hace mover más un ala que otra...
Golpeándose hasta morir.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Cuando el humo Pobló todos los campos o 18-04-2008 (Adilo)


____________________Sojeros, humo poblando

_______________________ojos rojos, llorando

__________________Todo un gran lacrimógeno campo

______________________No niebla, no

_____________________humo sojero

______________________de las quemas de campo

_________________Lacrimal, mucosa ronca

_____________________garganta picosa

___________________y el lacrimal . . .

__________________campo-soja. Quema
_____________________del campo-soja

___________________quema de pastos
______________________en Zarate?

_____________________((en Campana?)

________________________En el Delta?

________________________Entre Ríos

____________________Va qué importa!!

__________________Lacrimoso igual

______________________Lloroso

____________________preocuposo

__________________astroso de penas

______________________lloroso de este

_________________granero "for the world"


__________________Garganta quemada

______________________en olor a

__________________poco escrúpulo

_________________País vendido

____________________con gente adentro.

_________________Superávit desnutricio

_____________________déficit racional

__________________Producto bruto y egoísta

___________________millonarios que nos traen

_______________________a mal puerto

________________Y el humo

_____________________siempre el humo . . .

jueves, 21 de octubre de 2010

La contemplación (Marina Mangieri)


¡Mírenme, mírenme ya!
¿Cuántos colores ven? ¿Qué colores ven? Si es que llegan a ver algún color. Soy toda luces mezcladas que pueden llegar a marear y sólo se puede seguir la corriente de mi movimiento corriendo o caminando, con suerte. Y si paras me vas a ver la mancha gris. Preferible seguir.
No paro de cantarles “seamos traidores sólo por un día” y a eso podría agregar “cada día”. Quien crea que me conoce tiene que recorrer todos mis lugares, ese viaje puede ser infinito y sin retorno porque ya todo cambió o porque te maté en el camino. Ni yo me conozco, cada día hay un poco más, cada día hay un poco menos. Me duele la cabeza, tengo la panza inflada y los pies congelados. A punto de explotar todo el tiempo junto. Soy un pedazo dividido en mil pedazos con mil pedacitos más en cada uno.
Enamorarse de mí es inevitable, desenamorarse obligatorio. Soy de todos pero no soy de nadie. Soy el mejor no-lugar común que no exige siquiera respeto porque de ese intento soy el peor resultado.
Nadie me cuida, todos me escupen. Este es el encanto: mi violencia, mi miseria y mi impureza. Me pueden criticar por algo que me hicieron e igualmente yo soy la culpable; entonces no hay cura ni solución. No se puede romper con las costumbres si eso ya se hizo costumbre. Acostumbrémonos a una mancha más en el tigre que en realidad es un leopardo hasta que se convierte en pantera.
Si una pija no me basta es porque tengo la más grande en el centro, pero no se equivoquen que no me la metieron por el culo sino por el otro agujero y es por eso que no puedo parar de terminar empezando a cada momento.
¡Prostitución positiva!
No desprecio a nadie porque todos se desprecian entre sí. Vienen a conocerme y al otro día se olvidan de mí entonces siempre quieren volver. El olvido y el tiempo fugaz dicen ser la consecuencia de haberla pasado bien. Es la búsqueda del imposible: volver a sentir lo mismo aunque hayan olvidado el sentimiento mismo. Hasta me hicieron melodías sinfines de despedida en donde ni siquiera hubo un comienzo pero definitivamente hubo una historia; hay miles, millones de historias que alguien más cuenta o calla o inventa.
Mis verdaderos amantes son aquellos que se van, me miran y vuelven. La traición es la prueba de amor.
Mi nombre es un chiste; ni siquiera puedo respirar.
Lo único que quiero es que me miren, que me vean de verdad; es mi mayor deseo y lo que ustedes más quisieran es complacerme aunque nunca nos alcance…eso nos hace inseparables eternamente. Somos lo mismo.
No me dejen. Mírenme, de lejos, pero no me dejen nunca.
¿Pueden?

lunes, 18 de octubre de 2010

Seis en un mesa (Adilo)

--------------------Congestionadas cabezas,
--------------------......se miran, se revuelcan
--------------------se fuman sus palabras en bolígrafos.

--------------------Seis que se entrechocan, se humean, se leen.
--------------------Seis que se chupan, se suspiran
--------------------.......se revuelcan, se paran,
--------------------...........se palpan.

--------------------Se perdonan y se ofrecen
--------------------.............se escuchan
--------------------se mueren y renacen
--------------------.......a cada instante.

--------------------Se respiran pesadamente,
--------------------..........sutilmente,
--------------------.....angustiosamente
--------------------....literalmente.

--------------------Se literaturizan mutuamente,
--------------------..se destierran y se entierran
--------------------.....se palpan visualmente.

--------------------...Uno coagula con su birome,
--------------------..otra escucha hasta las eces,
--------------------....el otro rumia apacible
--------------------y se contempla el otro, mascullando nada,
--------------------fumando su lánguida parsimonia,
.--------------------lee aquella con su aire colombiano,
--------------------todos copulan su silencio,
--------------------..mientras palpo palabras sobre blanco.

domingo, 10 de octubre de 2010

El Polilla (Alberto Diaz Flores)


El tipo salía, religiosamente, todos los días que no lloviera a las seis de la mañana para andar las calles del barrio con su bicicleta de carrera. Un broche en la botamanga derecha del lompa, una horita dando vueltas y respirando el aire impuro del Docke; después unos mates, una ducha y a hacerse amigo del laburo en la sastrería.
Un viernes como los otros fue un viernes distinto. El polilla, que por entonces era solamente Juancito, un pibe inteligente que había ganado las olimpiadas de matemáticas en la primaria, abrió dormido la puerta y un policía de la 1ra le ratificó lo ajena que es la vida. Un intento de robo fallido, tres tiros certeros, la silueta de su viejo dibujada con tiza en el pasaje Homero y la bici apoyada en un paredón al costado de la escena.
No se despabiló en ese entonces y hay quienes dicen que, en realidad, no despertó nunca más. Hay algo que puede quedarse bastante quieto en este impermanente mundo, y es lo que se amure profundamente en la bocha. Hay eventos, aunque breves, que pueden llegar a permanecer plasmados durante toda una vida, dejando a alguien orbitando siempre en derredor de ellos.
Había cumplido dieciocho años dos días antes y su papá le había regalado una playera, “Seguro era para que saliera a andar con él”, dijeron algunas viejas como para darle una rosca más al asunto, para hacerlo, como si hiciera falta, aún más triste. Lo terrible no es que un hombre muera sino que otro hombre lo ultime, dijo un viejo sabio. En el barrio como en la mitología las cosas se hacen grandes a propósito, se intenta interesar al oyente con la exageración a la vez que se da a la casualidad o a una arbitrariedad los rasgos de la fatalidad predestinada.
Lo cierto es que se quedó solo; tenía tíos en Misiones, los hermanos de su finada madre, pero ni siquiera se molestó en avisarles ya que los había visto una vez de muy chico y luego nunca más, ya que se enemistaron con aquélla por un asunto, por entonces mayor, del cual hoy ya ni se acordaban.
Ese día le abrió la puerta nomás a un amigo y no quiso recibir a más nadie. El barrio entero se consternó. Un programa de televisión de los que dicen qué es lo que pasa cumplió con su misión artera tercerizando su mensaje al darle el micrófono al primer hijo de vecino que pidió mano dura. Justo después de la alegría y el orgullo de mostrar el vital triunfo de un tenista en no sé dónde, justo antes de mostrar, pixelado, como se le escapaba una teta a una voluptuosa mujer en un programa de entretenimiento, a lo que le siguió un comprometido informe, con cámara oculta y todo, en donde se demostraba, categóricamente, que en algunos kioscos de la capital no se le cambiaba el agua a los panchos todos los días.
Intentaron, por supuesto, que el muchacho hablara; tocaron su puerta, hicieron sonar su teléfono, que fue facilitado en la comisaría por unos mangos, pero fue en vano. Esa misma noche “el polilla” comenzó a tomar su forma final; salió pasadas las doce a merodear las calles con su playera sin un rumbo aparente.
Un par de días pasaron y algunos notaron la extraña conducta. Se urdieron varias conjeturas de momento: algunos pensaron que salía buscando a los ladrones, otros que buscaba, de algún modo, su propia muerte, otros que se trataba de la primera manifestación de una incipiente locura y no faltó quien bromeara diciendo que se trataba de mero ejercicio.
Pocos días más tarde, algunas personas le pidieron las prendas que le habían encargado para su arreglo a su viejo antes de morir. Los buscadores fueron por la mañana, luego por la tarde, pero cuando caía el sol, antes no, les pasaba pelota. Se limitaba a escuchar lo que querían, luego entraba y al rato salía con el objeto descrito.
“Pobre pibe” fue el sonido que se refirió a él por un lapso de tiempo. Casi un año después, la conmiseración fue cediendo su lugar a la malicia, paulatinamente, tal vez alimentada por su parquedad y su ensimismamiento. Muchos se preguntaron de qué vivía el muchacho y, en respuesta a su propia incógnita, resignificaron su costumbre de salir por la noche en su rodado: dijeron que salía a robar, otros que repartía tizas y piedras a domicilio.
Se extendió por entonces el uso de referirse a él como “el polilla”. Algunos sostienen que el apodo nació porque sólo salía de noche. Otros dicen que se sustentaba en una gracia que dejaba entrever que vivía de comer la tela de todos los trabajos encargados a su viejo que habían quedado en su casa; una rara vergüenza atravesó a muchos vecinos que prefirieron perder la ropa antes que tocar la puerta del pibe. Otros lo relacionaron con el revolotear errante, a veces circular, de su recorrido. Algunos decían que era nomás porque era un fiaca que vivía durmiendo.
Finalmente de desamparado, pasado un año y medio, se convirtió en un sospechoso. La ignorancia, regada por su silencio, desató los monstruos imaginarios que reflejaron las miserias propias de los interpretantes del avatar ajeno y el pobre Juan se confundió para siempre con el polilla, el pibe trastornado de un barrio polucionado.
Lo cierto es que se quedó solo; y lo cierto es que durante todo ese tiempo intentó comprender por qué pasaban las cosas que pasaban. Lo único que le pareció claro fue que todo lo que le surcaba la cabeza era falso, por insuficiente, a la vez que real, por su inequívoca presencia; que tenía una vista estrecha, porque su cabeza echaba luz sobre un sitio dejando a oscuras otro, inevitablemente; pero ocurría que ocurría esto.
Comprendió que las circunstancias humanas se relacionaban con una inexorable continuidad que exigía la vida, la que movía todas las millonadas de cositas que tenía adentro de su piel y que lo mantenían vivo sin que le hiciese falta ni siquiera pensar. Concluyó que cualquier idea o apreciación, por tonta que fuera, tendría un fiel perseguidor capaz de acometer una belleza o una atrocidad dependiendo de su tenor.
Se dedicó entonces a callarse, a callarse por dentro, a interrumpir cualquier atisbo de humana palabra, de sentimiento humano y a intentar interpretar los impulsos y los ritmos de la vida secreta que guardaba en su interior.
El viejo era un tano que guardaba el cobre como si fuera oro y por eso había podido llevar una vida austera todo ese tiempo. Pasados muchos días le quedaron tan sólo los hábitos, la memoria de una rutina que no quiso intentar interrumpir: comía, dormía y, en la noche, salía con su bici a andar el rato por ahí.
Lo que se convoca con la palabra suerte no era un don prodigado a este muchacho y como una jugarreta del destino, quizá invocada por tanta malicia sugerida, una plaga de polillas diezmó su vestuario. Ya había dejado hace tiempo de abrirle a su amigo, ya había logrado casi desandar el camino del lenguaje y una alegría, inmotivada, lo invadía de cuando en cuando…
A las seis de la mañana de otro viernes un tipo observó cómo el polilla, con cara de extasiado y la ropa llena de agujeros, venía andando tranca por la calle. Una piedra hizo que perdiera el equilibrio y la bici se fue yendo, inestable, hacia el cordón; tuvo que frenar para no darse la jeta contra el asfalto.
El tipo, cansado de que lo roben, muy sugestionado, sacó el bufoso que cargaba y le chantó tres tiros sin mediar palabra. El polilla quedó nomás tirado ahí, con más agujeros todavía. Una tiza dibujó, luego, el contorno de su cuerpo; la bici quedó apoyada sobre un palo de luz y unas bolas blancas de naftalina que habían salido de su bolsillo y rodado hasta la zanja, flotaron hasta perderse en la alcantarilla.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

El oleaje -Tango-(Alberto Diaz Flores)




El asedio de ciertas ideas hace la vida fulera
Se deshace uno en un intenso oleaje de parolas
Y toda ocurrencia intensifica la caótica carrera
Agolpadas, como en cuello e botella, se tornan cualquiera
Conviene cerrar los ojos, e irse, nomás, pa´ la catrera

En los sueños se precipita aún más esta crueldad
Allí, el oleaje toma las más raras e insólitas formas
Y al despertar, hasta cree uno, que ese cuento chino guarda algo de verdad
Es, hermanos, el carácter múltiple y facético de la realidad
Si le hace a uno sospechar de uno: ¡Ni hablar de claridad!

La mente, amigos, es muy traicionera si no se la sosiega
Basta mirar si no pa´ fuera, los intranquilos hacen del mundo algo berreta
La certeza pasajera de un hombre nada más le ciega
Y a un bardo jilguero servil le sobrará el mijo y el alpiste, eso nadie lo niega
Pero es de canalla pisar a los demás por una tendencia errante y andariega

La corriente se conoce y se desconoce por ser harto compleja
Y si bien se olvida uno de algo por un rato, misteriosamente, vuelve y vuelve
Es menester entonces aceptar lo que de fondo esto refleja
La verdadera miseria está bien adentro, es la eterna queja
La duda, el ansía, la angustia de una vida que así, que así se aleja

En este océano el ritmo de todos está condenado a ser distinto
Uno espera y el otro empuja; unos antes y otros más luego
Y si bien el tiempo no existe, el hombre es reloj que adelanta y aflora su instinto
Y andamos todos: el Neandertal, Platón, C3PO, Rivero, Ud. y yo en este laberinto
Ojalá no sigamos desfasando a Natura pa´ no quedar extintos

Y hermanos aunque es difícil nunca se ha de claudicar
La respuesta es la más simple verdad: uno es los demás
Los mayores en todos los sitios no se lo han cansado de predicar
Sonría y sea amable, al chanta no de calce y a la violencia no le de lugar
Y tal vez, algún día, miremos en paz, todos juntos, un hermoso mar

martes, 31 de agosto de 2010

ASREVER NE AIROTSIH (Monique Giverny)



A las 10 y 12, fue un número más en la estadística diaria.
A las 10 y 10, ni siquiera se dio cuenta del auto que, a contramano, se le vino encima.
A las 10.05, pensó que ya no tenía sentido seguir allí.
A las 10 en punto, estaba todo dicho.
A las 9 y 40, le dio un beso en la mejilla y entró en la casa que por mucho tiempo había visitado casi todos los días.
A las 9 y 35, ella abrió la puerta, con cara de presentir lo que vendría.
A las 9 y 30, llegó a destino, bajó del auto y tocó el timbre.
A las 9, salió de su casa, se subió al auto y arrancó, yendo por la calle que tan bien conocía.
A las 8 y 45, ya estaba vestido y peinado.
A las 8 y 30, se metió en la ducha sin saber que esa sería su última mañana.

Efemérides por Los Alegres Comediantes



El 31 de agosto es el Día nacional de Malasia, de Trinidad y Tobago y de Kirguistán.

Nacen, entre otros, Calígula y Marco Aurelio - ambos emperadores romanos -, Aleksandr Radischev - escritor ruso -, Theóphile Gautier - poeta francés -, Chris Tucker - humorísta de Stand Up- y Oscar Ahumada - futbolista vituperado -

Mueren, Charles Baudelaire -poeta delicioso -, Rocky Marciano - trompeador profesional - y Mary Ann Nichols - la primera víctima de Jack El Destripador-

El 31 de Agosto se celebra el Día de la Solidaridad. Y el de las Bolas de Fuego en El salvador: consiste en dos bandos de jóvenes que se lanzan bombas incendiarias unos a los otros, fraternalmente, cabe destacar.

Un 31 de Agosto Mustafa Kemal Atatürk decreta el cambio de alfabeto para los turcos siendo de un día para el otro todo el país analfabeto. Bobby Fischer le gana a Boris Spassky tras un rudo encuentro y se corona campeón mundial de Ajedrez. Recuperan, dos años después de su robo, El Grito de Munch. Thomas Edison patenta el Kinetoscopio, el primer proyector de cine.

Y hace un año, exactamente, Verito ayudaba a uno de los alegres pibes para llevar a cabo el presente blog. Realizando así una de las manifestaciones de aquella ocurrencia, surgida en una noche de copas y de anhelos, de amalgamar nuestras diversas y errantes energías bajo la verdad de la comunión.
Abrazamos, con especial detenimiento, a todos los amigos que han publicado algo en este espacio, a las hermosas niñas: Vero Porrez, Marina Mangieri, Lara Seijas, Flor Carbajal y a Teté; y a los ágiles muchachos: Benji, Piwi y Adán Cantilo. También a todos los que han cursado las letras aquí dispuestas.

Por todos, por todo y para siempre, que es hoy.
¡Y que el azar nos sea favorable!

jueves, 26 de agosto de 2010

La condesa sangrienta (Adilo)



En los tiempos de Montmartre, la condesa se exaspera con los dolores pélvicos de sus concubinas. No deja que las menstruantes oculten sus vivificantes efluvios. Por el contrario se sambuye en ellos, tomando largos baños en sustancias femeninas. En la noche se sulfura mirando a las niñas que, pálidas, resbalan silenciosamente con alarido angelical y moribundo. De nada sirven reclamos, la condesa se inflama y envía a sus perros para que se encarguen de las heridas.
Ya no habrá reclamos desahuciados, la condesa, ávida, bebe sangre... Saciada pronto se derrama sobre su sofá mugriento y sueña... recomponiendo cada detalle de sus diurnas torturas.
Mientras sueña, ávidas mariposas cubren lagos de sangre...

miércoles, 18 de agosto de 2010

El culto a los escarabajos (Alberto Diaz Flores)



Nota preliminar: Un gran sabio de la India clasificó en cinco las actividades de la mente; a la imaginación, una de ellas, la definió como la comprensión de un objeto basada únicamente en palabras y expresiones, incluso en ausencia del mismo.
Quien curse, con suma atención, las líneas de la siguiente intriga podrá, quizá, intuir su desenlace al finalizar el primer párrafo del cuarto y último capítulo.

UNO

Recuerdo que escuché el mensaje una semana después de grabado. Regresaba de asistir a un congreso de Antropología, en Méjico, sobre el totemismo animal en las culturas chamánicas y me encontré con aquellas nerviosas palabras en la máquina.
Adriana sonaba muy alterada, sollozando me pedía, por favor, que la fuera a ver cuanto antes. Supe, de inmediato, que algo sucedía con Antonio. Ese mismo día, por la tarde, la visité en su casa de Bernal. Ella escupió la noticia al mismo tiempo que me abrazó rompiendo en profusos llantos: Antonio había desaparecido en Egipto y se cumplían dos semanas sin que nadie supiese nada sobre él.
Después de un rato, un poco más compuesta, comenzó a relatarme todos los pormenores del asunto. Antonio había viajado, tres semanas atrás, para unirse a una expedición comandada por un amigo alemán que había encontrado, en una mastaba casi destruida en las cercanías de Giza, una momia siamesa. En sus pechos y alrededores se habían hallado también una serie de escarabeos muy particulares.
El arqueólogo y egiptólogo oriundo de Berlín había escuchado, encantado, la disertación que en un congreso realizado en Moscú, unos diez años atrás, había brindado Antonio acerca del culto, la representación, el uso de amuletos y el meramente ornamental de los escarabajos en diversas culturas del mundo. El trabajo se detenía, particularmente, en la simbología especial que gozaba este insecto en la cultura Egipcia y le había valido a Antonio el reconocimiento internacional entre sus pares. Luego de conocerse, una vez finalizado el coloquio, mantuvieron sendas misivas en torno a los tópicos que eran su afán estrechando un gran vínculo.
Debido a su reciente descubrimiento le había enviado a Antonio un sobre con unas fotos, adelantando algunos detalles de los hallazgos, y le había solicitado su incorporación inmediata al trabajo de campo que realizaba. La buena nueva era de por sí llamativa, algo fuera de serie, y algunos detalles parecían indicar que el descubrimiento era muy prometedor.
Apenas llegado a El Cairo, un martes por la mañana, Antonio había telefoneado desde el aeropuerto, como era su costumbre, para avisar que había llegado entero. Sin saberlo, esa fue la última vez que Adriana escuchó su voz.
Durante los primeros días, había supuesto que su ignorancia acerca del avatar de su marido se debía a una falta de comunicación habitual en él, acentuada, por añadidura, por la magnitud de la empresa. Ella no desconocía la curiosa abstracción de Antonio cuando se hallaba enfrascado en algún trabajo. Sabía que su concentración y su pasión lo cegaban de modo tal que hasta olvidaba los buenos modales. Pero luego de pasar trece días sin recibir noticia alguna se decidió a llamar a Munich para pedir noticias de Antonio Jeper a la secretaria del profesor Fiedrich Cupedidae.
Una hora más tarde, en un duro castellano, el mismo Cupedidae le comunicaba, con cierta afectación, que era él quien abrigaba la esperanza de que ella supiese algo sobre su marido.
El profesor le contó entonces que Antonio había llegado dos semanas atrás, un miércoles por la tarde, al campamento apostado en las afueras de Giza. Se hallaba muy entusiasmado con la investigación y estuvo trabajando los posteriores cinco días, sin descanso alguno, dentro de su carpa.
Todo iba bien hasta que el sexto día, un martes, al llegar de un viaje a El Cairo lo fue a visitar por la mañana pero Antonio no estaba allí. Encontró, en cambio, sobre su mesa de trabajo una carta donde manifestaba que debía consultar unos documentos y comparar dos de los escarabeos, los hallados en los pechos de las momias, con otras análogos y que en una semana y algunos pocos días más, a más tardar, estaría de regreso.
Su carpa estaba algo revuelta pero no le sorprendió el desorden. Su valija y muchas de sus pertenencias estaba allí, pero faltaba su mochila. Los escarabeos hallados estaban prolijamente dispuestos sobre la mesa de trabajo, exceptuando los dos que se había llevado consigo Antonio.
El arqueólogo alemán le transmitió a Adriana que este tipo de manejo era inaudito y le confesó que estaba bastante molesto con Antonio. Consideraba que la información brindada era muy precaria y que el retiro a deshoras, casi a hurtadillas, era una descortesía; pero que, a decir verdad, no le extrañaba del todo dada la proverbial y harto conocida excentricidad del particular Profesor Jeper. Le prometió hacer unas averiguaciones y comunicarse con novedades al día siguiente. Al cortar la comunicación Adriana se angustió tanto que me llamó, dejando el mensaje que escuché tardíamente. Ella presintió que algo fuera de lo ordinario estaba aconteciendo.
Al día siguiente, el científico alemán la telefoneó bastante más preocupado. Había hablado con los museos donde se encontraban los más célebres de los amuletos y sellos que representaban la fisonomía de los escarabajos. Antonio no se había presentado en ninguno de ellos.
Decidieron aguardar cuarenta y ocho horas, esperando que el retorno prometido se cumpliese, pero la situación no dio giro alguno pasado dicho plazo. Adriana le requirió entonces al profesor que le diera una relación extensa de todo, incluyendo los detalles que considerase banales.
Cupedidae volvió a masticar las palabras que había pronunciado el día anterior con algunos bocadillos más. Antonio había llegado en un jeep rentado en El Cairo y le había pedido bajar de inmediato a la excavación. Deseaba ver cuanto antes los murales ornamentales en el interior de la mastaba y entrar en la cámara funeraria para ver a la estrafalaria momia. Se trataba de dos hermanos unidos desde la cintura por la columna vertebral, como dándose la espalda, provistos de un solo par de piernas. En sus pechos y alrededores habían hallado los amuletos que tenía por objeto estudiar.

Una vez adentro de la mastaba, Antonio se detuvo con especial interés a observar las falsas puertas que servían, a la vez, para guiar a los espíritus hacia el más allá y para despistar a posibles saqueadores de tumbas. Tomó algunas notas sobre los murales y preguntó dónde se habían hallado cada uno de los escarabeos que venía a estudiar. Luego, permaneció largo rato junto a la momia casi petrificado.
Una vez afuera, Cupedidae manifestó que Antonio estuvo herméticamente encerrado en su carpa estudiando las piezas y que no salió de allí más que por provisiones a altas horas de la madrugada. Esto lo supo por la propia boca de Antonio que se lo contó en una de las visitas matinales que le hizo el profesor. Miembros del equipo notaron que la luz de la carpa de Antonio quedaba encendida toda la noche y lo apodaron en broma: “El noctámbulo”.
Por último, le contó dos hechos curiosos que comenzaban a darle un cariz misterioso al asunto pasado los días. Los había obviado, hasta el momento, para no preocuparla en vano: unas pequeñas gotas de sangre sobre un dibujo de los dos amuletos faltantes que hallaron en la mesa de trabajo de Antonio y una enorme cantidad de estiércol de camello en la anodina forma de pelota que encontraron detrás de su carpa.
Fue entonces, un día jueves, ocho días después de su partida sin regreso que decidieron denunciar la desaparición a las autoridades. Ya se había cumplido el plazo que señalaba la esquiva misiva y no había ningún indicio de su paradero. Los pequeños detalles pasados por alto y la extraña conducta de Antonio abrieron un sendero de especulaciones intrigantes con intuiciones pesimistas.
En primer término, el día viernes, las autoridades egipcias dieron aviso a la policía aeroportuaria y a INTERPOL sospechando que se trataba de una profanación más, por parte de un pirata extranjero, a su cultura milenaria. Dijeron que no había señales de violencia en la carpa, que las gotas parecían propias de un mínimo accidente de escritorio y que la letra de la carta pertenecía, sin lugar a dudas, al Profesor Antonio Jeper.
Cupedidae pronunció sus lamentos al tenerle que mencionar la hipótesis que barajaban los investigadores a Adriana y le declamó su más profundo voto de confianza para con su marido. Le reprodujo, acto seguido, la queja que hiciera por tal maliciosa sospecha a las autoridades egipcias, resaltando que se trataba de un investigador prominente y no de un comerciante de mercado negro de quien trataba todo este asunto.
El domingo, el día anterior a que yo la viese, el Profesor telefoneó de nuevo: no había novedad. Ninguna averiguación había dado fruto, ni para bien ni para mal.
Adriana se encontraba, todavía, convaleciente de una operación en la cual le habían extraído un tumor, apenas un mes atrás, por lo que me ofrecí a viajar sin dilación. La situación me preocupaba demasiado. Egipto, además de ser un lugar maravilloso y místico, era un sitio que podía resultar muy peligroso para un extranjero.

DOS

Dos días después estaba montado en un avión. El viaje no fue para nada grato, lo recuerdo lleno de turbulencias y de imágenes extrañas vinculadas a un inframundo tortuoso suscitado por las líneas célebres de Antonio, con el cual durante todo el sueño estuvimos unidos espalda con espalda. Por un hecho fortuito, había decidido leer su trabajo mientras espera el vuelo y parte del trayecto. Una intuición quizá; azar, tal vez.
Había revisado, antes de partir, su escritorio en busca de los documentos que le había enviado Cupedidae, por mera curiosidad. Mientras buscaba encontré una copia de su ensayo, debajo de un escarabeo que usaba como pisapapel, y hallé también su risueño sello. Recuerdo la gracia que me causó verlo después de tanto tiempo: era una pequeña mariquita con sus iniciales: “AJ”. En el tacho de la basura, solitario, encontré luego un papel madera con unas estampillas del Nilo. El sobre era de Cupedidae, cuyo sello era también un escarabajo pero alargado; seguramente allí habían llegado los papeles que buscaba en vano. Cuando me retiraba del cuarto, vencido, un impulso me hizo volver sobre mis pasos y me lleve el trabajo como consuelo.
Con Antonio solíamos discutir en los años mozos, y hasta apenas antes de los inciertos hechos que se sucedieron, acerca de la condición humana, de su avatar, de sus orígenes y de su destino. A mí siempre me habían fascinado las culturas asiáticas, sobre todo la cultura hindú; a él el oscurantismo egipcio lo apasionaba desde que tengo memoria.
Habíamos sido, desde pequeños, vecinos de la cuadra. Más de pibes nos empezamos a frecuentar, fuimos cómplices de travesuras en la adolescencia, prestidigitadores de amores cuando estudiantes e investigadores en algunos proyectos interdisciplinarios en varias ocasiones.
Algo en lo que reparé en ese entonces y me resulta más curioso aún pasado el tiempo, es el haber recordado con insistencia y de forma vívida su semblante en las últimas semanas de mi estadía en Méjico. Ignoraba que mientras tanto se desarrollaba en otro continente la intriga más profunda que atravesó gran parte de mi vida y que ha revivido tan hondo en mí en estos últimos días.
El ensayo de Antonio era una soberbia exposición de la figura del escarabajo en la cultura de diversos tiempos en todos los continentes. Comenzaba evocando una serie de relatos mitológicos para demostrar la amplitud simbólica suscitada por el insecto.
En Norteamérica los Cheroquis pensaron que en un comienzo el mundo estaba tapado por las aguas y que un escarabajo se sumergió en busca del barro que sirvió, luego de secarse, como tierra para un mundo nuevo.
En Sudamérica algunas tribus indígenas del chaco creían que un escarabajo gigante llamado Aksak había modelado al hombre y a la mujer en arcilla. Presumiblemente, la leyenda se vinculara con la observación del comportamiento del escarabajo pelotero en una franca analogía.
Similar al mito de los Cheroquis, y propiciada por la eterna confusión del cielo y el mar en el horizonte, los tobas de Sumatra hacían provenir al gentil escarabajo de la bóveda azul.
En el oriente por su parte, en las corrientes filosóficas del budismo y el taoísmo se observaban ciertos ornamentos y motivos con figuras de escarabajos; en el emblemático libro: “El secreto de la Flor de Oro” se mencionaba a los escarabajos peloteros y a su bola como un ejemplo de la concentración espiritual, objeto del Tao. En el Japón, en honor a la emperatriz Suiko, el relicario Tamamushi estaba compuesto de 9000 élitros, las falsas alas duras que protegen a las que les sirven para volar, de escarabajos de la familia de los bupréstidos, variedad muy colorida, representando la inmortalidad.
En Europa, el alemán Alberto Durero igualaba en varias ocasiones, en una simbología cuyas raíces se pierden en un intrincado y enmarañado recorrido que rodea, sin poder penetrar, a los alquimistas del medioevo, al Escarabajo Ciervo con Cristo.
Luego pasa a detallar los aspectos entomológicos y formales de los escarabajos mencionando que el fósil más antiguo de lo que podía llamarse un protocoleóptero estaba datado hace 280 millones de años, en el pérmico inferior, aunque recién en el pérmico superior, hace 250 millones de años, podía afirmarse que se encontraban presentes todas las tendencias evolutivas del orden de los coleóptera: el más rico del reino animal con más de 360.000 especies catalogadas, más que cualquier otra por lejos.
Informa sus distintos estadios evolutivos de larva, pupa e imago, repasando algunas curiosidades reproductivas de algunas familias y hace hincapié en la enorme capacidad de adaptación que tiene la especie, que habita desde los fríos polos hasta el desierto abrasador.
Respecto a su aspecto físico asevera que “…los escarabajos parecen despertar en el ingenio humano una suerte de fascinación. Desde los albores de la humanidad hasta la moderna cultura pop de nuestros días”.
Alude a la fascinación que generan sus colores a veces metálicos, como en algunos de los bupréstidos, pasando, según las familias, por todos los colores posibles; incluyendo diversas combinaciones como lunares, rayas, dibujos, manchas o, simplemente, lisos y llanos. En el mismo sentido, destaca las formas imponentes de algunas de las familias por sus disimetrías, con grandes picos tenazas en sus cuerpos. Por último señala que los resistentes insectos detentan una anatomía compleja que se manifiesta desde tamaños milimétricos hasta el rango de los quince centímetros.
Luego la pluma de Antonio hace un repaso por la historia de los primeros colgantes hallados que representaban a los escarabajos. Fueron encontrados en diversas zonas y datados en el paleolítico, entre diez y veinte mil años atrás; mucho antes de que los egipcios hicieran culto de su estampa. Especula entonces una identidad entre el chamán de las culturas primitivas, que servía de intermediario entre cielo y tierra, entre la esfera celeste y el inframundo, y el escarabajo, que vuela pero también puede hundirse en la tierra.
Con datos precisos ordenados en una tabla, prosigue luego a informar los aspectos nutricionales que conlleva la ingesta de estos insectos destacando sus beneficios. Resalta que ésta costumbre, poco usual en occidente, fue y es harto generalizada en diversas culturas en distintas épocas. Citando a Levi- Strauss adhiere a la tesis que relaciona estrechamente a los alimentos y a los adornos, registradas en diversas culturas con sendos animales e artrópodos con la frase: “Lo que se come se festeja.”.
Antes de pasar a la tradición egipcia, donde el escarabajo es el símbolo religioso por antonomasia, relata la curiosa utilización de algunos ejemplares vivos, en la actualidad, como broches en ciertos sitios de Méjico y también hacer unas consideraciones acerca del conocimiento. Más precisamente, sobre el carácter irremediablemente analógico que le otorga al acceso del humano a la realidad y de la mutilación imposible de evitar cuando se mira algo.
Antonio señala que toda percepción es fragmentaria y que hay una tendencia simultánea e ineludible, que atribuye a una impresionante avidez de presente en el conocedor, a relacionar esas partes con un ilusorio todo, cometiendo así, en el camino, todo tipo de falacias argumentales mechadas con aciertos pasajeros.
Hábilmente entonces releva, primero, las costumbres del escarabajo pelotero. El insecto coloca sus huevos en una bola de estiércol que les sirve a éstos de cuna y alimento. El animal en el proceso gira una informe masa de estiércol con los huevos adentro hasta que logra su adecuada forma de pelota. Luego la traslada girándola hasta un túnel que construye previamente donde la entierra unos sesenta centímetros bajo tierra en una cámara horizontal. De ese modo se asegura de que la cría se desarrolle lejos de peligros y de que tenga el alimento suficiente en sus fases iniciales de desarrollo.
Lo citaré dada la interpelación que provoca su discurso:
“Imaginen ustedes que hace miles de años un hombre observa casi pegado al suelo, de cuclillas, o gateando mejor, el lento transcurrir de un bichito que hace girar una bola de estiércol. Imaginen, si le es posible, que de tal comportamiento, inadvertido por la mayoría de sus pares, nace la cosmogonía de una de las civilizaciones más poderosas que ejerció su dominio en todo el mundo conocido por entonces y cuyas influencias se manifiestan por doquier, con una fuerza innegable, hasta hoy en día.
Los egipcios observaron que el sol salía desde el este y se ponía en el oeste; creyeron que salía de la tierra en la mañana y que por la tarde se escondía nuevamente en ella. Percibieron parte de un movimiento circular múltiple, pero no del todo bien e igualaron la bola de estiércol con el sol y le dieron al dios Khepri -el sol naciente- el rostro de un escarabajo en su iconografía. Se basaban también en la creencia de que el pelotero sólo era macho e infirieron que se autocreaba tal y como su dios.”.
Señala Antonio que ésta idea de un dios que se vale por sí mismo existe en todas las civilizaciones: es el famoso motor inmóvil en Aristóteles, lo que sugiere la eterna unidad en los Vedas; en definitiva, la verificación de que todo lo que está compuesto tiende a su disolución, por lo cual debe haber algo permanente que tienda a la compostura siempre.
Explica con sumo detalle cómo los egipcios rendían un culto especial a la muerte y que todos sus grandes monumentos eran grandes tumbas. Ellos creían fervientemente en la vida en un más allá y daban una importancia especial al sepulcro, que consideraban parte de una transición. Luego afirma que la momia es un copia, la mimesis del estado de pupa del escarabajo, que es el estadio intermedio entre la larva y la transformación absoluta y se da en crisálida: analogía muy sugestiva. Afirma también que el diseño de las mastabas, antepasados de las pirámides, con un acceso vertical y su pasillo final horizontal hacia la cámara funeraria, es también una copia de la arquitectura presente en los túneles de los escarabajos.
De los escarabeos, por su parte, informa que son pequeñas imitaciones de escarabajos hechas con piedras comunes o preciosas que otorgaba fuerza, poder y protección colgados en el cuello del usuario. Algunas versiones tenían un espacio hueco, presumiblemente, para introducir un ejemplar vivo. También se colocaban sobre el pecho de los muertos para que pudieran resucitar alcanzando la vida eterna; siendo el objeto que impedía a los malos espíritus llevar el alma del óbito a un oscuro y tortuoso mundo.
Símbolo de la constante transformación, el escarabajo para los egipcios fue como objeto representado, al mismo tiempo, víctima del mismo principio de mutación en torno a su figura. En unas épocas fue amuleto de muerto o de vivo. Tiempo después, transfigurando su sentido religioso, sirvió para testificar la identidad de la realeza en algunas precisas dinastías utilizando su imagen como sello. Derivando, luego, en mercancía de comercio negro o de bazar.
Finaliza Jeper el ensayo con una reflexión acerca del humano:
“...éste entiende el mundo al captar las energías de las distintas manifestaciones de la vida haciendo culto o explicando analógicamente unas cosas con otras; vive de sus verificaciones e intenta trascender con sus percepciones más sutiles.
Mirado desde afuera todo puede parecer una locura pero la fe, sea en la ciencia o en un talismán colgado en el cuello, guarda un aspecto inherente al humano, una relación estrecha y necesaria como la de la vida y la muerte: la de ilusión y verdad. Cambian las excusas y los motivos, los hombres que mandan a los otros hombres también cambian pero la ilusión de que todos detentan una verdad y la fuerza que ésta les brinda parece ser lo único inmutable.”
El trabajo estaba escrito implacablemente. Antonio dominaba el arte de la literatura científica y las relaciones paradigmáticas entre las palabras de un modo bastante singular, lo cual le aportaba a su trabajo científico un inequívoco carácter sugestivo, me atrevo a decir, alegórico.

TRES

Al llegar a El Cairo llamé a Adriana para decirle que había llegado bien. Alquilé un jeep y me dirigí a la excavación de Cupedidae. Después de ocho horas de manejo, con algunas paradas de descanso, arribé ya entrada la noche.
El arqueólogo alemán era un tipo alto, como Antonio, de facciones toscas y de un acento duro; no pude discernir si le molestó mi presencia o, simplemente, si su aspecto y su tono me causaron tal impresión. Me recibió con unas pocas palabras y una sonrisa modesta; luego se despidió, rápidamente, aludiendo un cansancio atroz, retirándose a su carpa. Antes de entrar en ella giró sobre sus pies y con un dedo dirigido hacia un grupo de cinco personas que cenaba a unos cien metros dijo: “Franz”.
Franz era también alemán, la mano derecha del Profesor. Su trato fue mucho más cordial, me ofreció sentarme y me expresó su pesar por la desaparición de Antonio. Caí en la cuenta, al ver los rostros de los cinco hombres, que todos imaginaban lo peor aunque no sabían bien que era lo peor.
Durante la cena me contaron que ellos eran los únicos que habían quedado allí; el resto del equipo se había retirado en los últimos dos días por indicación del profesor. Las autoridades habían mandado a suspender el trabajo y estaban evaluando la posibilidad de revocarle el permiso de manera definitiva debido al incidente y a otras cuestiones.
Desde el descubrimiento de la momia siamesa se le habían presentado a Cupedidae algunos problemas serios con los papeleos pero los había podido ir zanjando con muchos y repetidos viajes a la capital. A sus diligencias personales le sumaba la inestimable ayuda del embajador, del cual resultaba haber sido compañero en una distinguida escuela de Berlín.
Luego de la desaparición de Antonio y de las dos piezas, la revocación se precipitaba, inminente. Cupedidae, justamente esa mañana, había regresado del El Cairo jugándose las últimas cartas en el asunto, presintiendo que lo iban a terminar por correr. Y de hecho, le había dicho a Franz que le había ido bastante mal por lo que se encontraba muy nervioso.
Pedí detalles a los presentes de Antonio y de su estadía hasta su desaparición. Entre todos repusieron las cosas que me había ya mencionado Adriana, casi textualmente. La policía había interrogado a gran parte de la comitiva y había requisado todas las carpas en busca de pistas sin obtener resultados e insistían en sospechar un robo de las piezas. Antonio había salido por la noche sin que nadie lo viera o lo escuchase, y por ningún sitio dejó huella de su paso, sólo la misteriosa carta. Lo que más curiosidad despertaba a todos, generando mayor intriga y comentarios supersticiosos, era la gran bola de estiércol.
La realidad parecía ser que nadie parecía saber qué pensar, o que si lo hacían se lo guardaban por pudor hacia mí. Le pregunté a los presentes, dos asistentes egipcios y dos estudiantes australianos, como lo habían notado anímicamente en su estadía ninguno pudo responder, tan solo Franz vio su silueta una madrugada en el momento en que Antonio entraba en su carpa, el resto siquiera lo había visto. Tenían todos, la indicación expresa del profesor de no molestarlo.
Recuerdo mi sensación de ese entonces. Lamenté que Cupedidae fuera tan egoísta y que estuviera preocupado tan sólo por el destino de su descubrimiento. Ya llevaba más de medio día en Egipto y no sabía mucho más de lo que sabía en Buenos Aires. Por añadidura, la noche se tornaba cada vez más fría y la incertidumbre, proporcionalmente, cada vez más grande.
Hice unas preguntas acerca del hallazgo y me mostraron unas fotos que causaron una fuerte impresión en mí. La forma de la momia siamesa era inquietante. Tuve la sensación de que hubieran partido a un hombre por el esternón y de que le hubiesen abierto, luego, en dos.
En la foto reposaban sobre sus pechos los escarabeos de un verde brillante. Pregunté si se trataba de rubíes y lo único que recibí por respuesta fueron unas risas; los escarabeos me parecieron realmente bellos. Había fotos, en detalle, de otros con similares formas pero en colores más opacos.
Me explicaron que las mastabas eran comunes entre la gente adinerada y que eran consideras como los antecedentes de las pirámides. La presente era muy antigua y estaba en un estado precario. Tenía una singularidad muy especial en su arquitectura; los egipcios pensaban que el muerto tenía un doble, por lo cual construían falsas puertas que oficiaban las veces de indicadores para el camino del espíritu y llegada la ocasión como trampas para posibles saqueadores. En este caso, resultaba extravagantemente intrincada la cantidad de pasadizos, túneles y escalaras falsas que poseía la mastaba; a primera vista parecía incluso ser muchísimo más pequeña de lo que realmente era.
Singular también era respecto de su arte pictórico; las fotos de los murales mostraban a dos hermanos con largos cabellos, uno mirando a un lado y el otro a otro, oficiando el primero como verdugo en un sacrificio y el segundo elevando sus manos al cielo dejando volar un escarabajo. Tales ilustraciones resultaban ser una novedad pues estas representaciones solían ser costumbristas, mostrando las épocas de cosecha o algún quehacer cotidiano. De hecho, sus análogas en otros sitios de la misma zona lo eran; sin embargo éstas parecían guardaban un carácter alegórico indiscutible. Una foto de otra de las paredes dejaba ver, de un lado, el día con el sol naciente con uno de los hermanos y del otro la luna llena con el otro; allí los rostros tenían una marcada diferencia, el primero mostraba un rostro torvo, su par no tenía facción alguna.
Repusieron, brevemente, una de las discusiones que se habían sostenido en el campamento, sobre cómo identificar un hermano del otro en las dos pinturas pero todas las razones que se podían argüir eran rebatibles y concluyeron que se debían cotejar las imágenes aumentadas para poder sacar algo en claro.
Otro detalle era indicador de la importancia del hallazgo. En una cámara superior había una gran cantidad de huesos que indicaban al menos ser los restos de una veintena de personas; se trataba de esclavos. Era común que se sacrificaran a los sirvientes de los amos para que los asistieran también en la otra vida; lo que resultaba curioso en este caso era su elevada cantidad.
Todo el descubrimiento suscitaba, en conclusión, más preguntas que respuestas, lo cual representaba un gran desafío para los investigadores; muchos creían que se trataba de algo que quedaría en los anales de la historia.
Tras recibir todas estas noticias, pedí ir a la carpa de Antonio; en el camino me advirtieron que habían confiscado sus pertenencias por lo cual me lamenté. La carpa estaba bastante alejada de las demás, al menos 100 metros, exceptuando a la única que había por detrás: la de Cupedidae.
Vacía, no permitía ninguna observación: “Es lo mismo que nada” recuerdo haber dicho. Franz entonces me ofreció unas fotos que había sacado de contrabando a la carpa apenas después de la desaparición de Antonio. Había querido retratar los escarabeos y había tomado dos fotos donde parcialmente estaba retratada la habitación.
Tras observarlas minuciosamente no hubo nada que me llamara la atención especialmente excepto unos cuantos frascos pequeños con la inscripción NPH. Aparecía en las fotos una valija marrón muy grande apostada en un costado y ropas desordenadas en un rincón, nada anormal. Consulté con Franz el asunto de los frascos y me dijo que era la insulina que el Profesor Jeper había pedido especialmente para Antonio por su diabetes. Traté de disimular lo mejor posible y oculté mi sorpresa a Franz: Antonio no padecía tal enfermedad.
Me enseñó después una foto de la hoja manchada; las gotas no llegaban a cinco y no eran para nada grandes, casi perfectas formaban una suerte de círculo. El dibujo tenía unidos los escarabeos que auspiciaban para sus portadores el pasaje al otro mundo en perspectiva, mirados desde arriba. Recuerdo que me suscitaron, de inmediato, el recuerdo de la forma de la momia. Intuí que Antonio había tenido la misma impresión al observarlas; quizá por ello las dibujó, pero no me quedaba claro por qué teniendo los originales en sus manos se había tomado tal trabajo siendo, por añadidura, tan poco ducho en tal arte.
Luego de terminar, me condujeron a la carpa en la que pasaría la noche. Me extendieron una invitación por encargo de Cupedidae para participar en lo que presumían el último viaje a las cámaras pero desistí de la oferta, necesitaba hacer averiguaciones con la policía.
Todo el asunto me tenía desvelado, todo era muy incierto, todo olía a muerte. El viento era fuerte y ocupaba en gran medida el silencio; hubo ciertos ruidos metálicos que me crisparon en la madrugada, y recuerdo la gran sugestión de la que fui víctima. Guardo todavía la clara impresión de como al miedo lo confundí con frío.
Por la mañana, un ruido fuertísimo y un gran temblor me despertaron. Salí de mi carpa y una gran polvareda no me permitía ver ni siquiera a dos metros de distancia. Los ruidos, ya más tenues, y el polvo, en proceso de asentarse, continuaron por un largo rato. Los andamios que reforzaban las frágiles paredes habían cedido y el derrumbe había cegado la entrada a la mastaba.
Después de un rato me percaté de que me encontraba solo en el lugar. Fui carpa por carpa pero no había nadie, parecía que todos habían bajado y que las endebles ruinas habían caído precipitando el final para todos ellos.
Las autoridades explicaron que las tareas de rescate resultaban harto difíciles; el terreno cedía y la construcción se había desmoronado hacia dentro, lo cual hacía ardua la empresa. La situación era frágil ya que al retirar los escombros se producían otros derrumbes; uno de los cuales cobró la vida de un rescatista.
Tras tomarme declaración me quedé una semana más en Egipto haciendo todo tipo de averiguaciones infructuosas. Busqué, con ayuda del consulado, pistas acerca del paradero de Antonio pero ya en ese entonces como hasta ahora el velo había caído: no se supo nada más sobre él, parecía habérselo tragado la tierra.
Semanas más tarde descubrieron que una enorme cantidad de cal viva se había encargado de diezmar los restos de un grupo de no menos de veinticinco personas, entre las que pudieron identificar los restos de Franz, de uno de los ayudantes egipcios y de uno de los estudiantes australianos: el resto estaba demasiado carcomido o disuelto para servir de algo, cuando no era inaccesible. Mezclados yacían, ya inertes, los restos milenarios de los esclavos y con los de los recientes desaparecidos.
Luego de varios meses, ya en Buenos Aires, nos enteramos con Adriana del cierre definitivo del lugar. Se dio por concluido el rescate sin un avance mayor y se lo vedó para investigaciones futuras. El curioso descubrimiento había tenido un final tan misterioso como el de las circunstancias que habían posibilitado su existencia; tan sólo unas fotos y varias intrigas rodeaban al asunto.
En varias ocasiones se comparó el ADN de Antonio con el de personas no identificadas halladas en Egipto pero nunca arrojaron coincidencia. Casi un año después encontraron la camioneta enterrada en la arena del desierto, en las cercanías de Giza, pero ninguna pista de Antonio.
Para las autoridades egipcias, duras y desconfiadas, el asunto era turbio en su totalidad. Sospechaban el robo de las piezas y suponían, también, intencionalidad en el derrumbe. Se basaban, aunque no disponían de pruebas fehacientes, en que la última misión fue ilegal pues estaban suspendidos los permisos. Además no se tenían claros los motivos del desmoronamiento pues los andamios y los refuerzos, según declararon los ex miembros del equipo, estaban bien logrados.
Para los supersticiosos una maldición había acaecido en los profanadores que habían recibido como castigo un oscuro destino. Para nosotros desde Buenos Aires, repasando todos los pormenores del asunto, había pequeñas grietas y detalles que no cuadraban, sospechosas ocurrencias y cuestionables eventos, pero no podíamos sacar en claro nada. No atinamos a esclarecer si éramos presos de una sugestión o si realmente había cabos sueltos. Tuvimos noticias con el paso del tiempo de esporádicos derrumbamientos en la zona que nos avivaron el recuerdo del misterio toda vez. Luego, ya sin esperanzas todo se fue diluyendo hasta el recuerdo de su estampa; quedando al fin más preguntas que certezas.
Recuerdo que antes de subir al jeep para ir al aeropuerto vi un brillo en la arena; llamó mi atención y me acerqué para observar, era un escarabajo que hacía girar una pelota de estiércol. La tarde caía y él se hundió con ella en la tierra.

CUATRO

Han pasado treinta años de todo lo que acabo de noticiar. El destino acabó por jugar sus dados. Hace una semana al abrir el diario encontré el siguiente titular, “Curioso descubrimiento en Egipto”, la nota proseguía: “Debido a un sismo con epicentro en Al Fayyum, en las cercanías de Giza, acontecido hace un mes, curiosos advirtieron la entrada en una mastaba derruida que había estado cerrada por más de treinta años por riesgos de derrumbe. Un equipo de arqueólogos nacionales comenzó la indagación del lugar hallando, para gran sorpresa de todos, los cuerpos de dos hombres que en su pecho detentaban un par de escarabeos color verde brillante. Las fuentes policiales afirmaron que se trata de "momias contemporáneas" cuya identificación está en trámite.



Al leer la crónica me decidí a repasar mi acceso a los eventos ocurridos y ordenarlos en el presente relato; este nuevo giro despertó en mí la dilucidación del caso. Toda causalidad es un recorte: un esto que produce aquello suele redundar en una observación de lo inmediato. El repaso de todas las circunstancias es una quimera, y es menester dejar en claro que la mirada construye lo que observa.
Han estado ahí, hace treinta años, los puntos de una trama algo dispersa, esperando que alguien tiente a unirlos. Entiendo que me avispo hoy de lo que pude haber intuido ayer pues no he querido dejar, en ningún momento, una tesis fundamental. Nunca me cuestioné hasta leer la noticia de que Antonio no fuera la víctima sino un victimario en todo este asunto.
Todo, al fin y al cabo, resulta estar presente en todo momento; quizá no en la forma en que lo conocemos, quizá latente, esperando ese átomo o la vibración precisa que precipite su manifestación. Esta historia es, por ende, de algún modo una historia de gestación remota, y como todo acontecimiento, acción y liturgia humana es una mimesis del pasado.
Quizá para comenzar a orientarse haya que remontarse a un hecho fortuito, a un azar o a un determinismo del lenguaje: Cupedidae y Jeper son nombres de distintas lenguas para referirse a un mismo animal, a unos mismos rasgos formales, al escarabajo. Es imposible de calcular las implicancias para ciertas personas de algunas casualidades, como lo es para un hombre comprender las razones de otro hombre para hacer lo que hace.
Muchos años después sobreviene un encuentro en un país foráneo, ambos hombres se conocen y además de compartir un mismo afán se sorprenden al compartir, con sonidos distintos, un mismo Nombre. Otros detalles banales estrechan la unión: los sellos con formas de escarabajo, cierto parecido físico. Fiedrich y Antonio hallan su doble, un espejo donde reflejarse. A esto le siguen las comunicaciones asiduas donde quizá comienza una sugestión anormal.
Me llamó la atención en su momento que Antonio hubiese dejado a Adriana sola después de una operación tan grave; pero algunas cosas pasan desapercibidas por la tolerancia a las excentricidades de los individuos cuando son signo, en realidad, de algo más.
La serie total de eventos me llevaron a pensar que al caso lo rodeaba un montaje: la salida por la noche, el encierro, la carta esquiva, la gran bola de estiércol, la hoja manchada con sangre con los dibujos de los escarabeos faltantes parecían más dignos de una intriga ficticia que de hechos mundanos. ¿Quién podría creer que esa bola no era producto de la acción de un hombre? –Ahora bien, no logro imaginar, todavía, la realización práctica de tal ardid– Además, ¿Para qué dibujaría Antonio los escarabajos si podía manipularlos del modo en que quisiese? A esto se sumaban ciertas circunstancias que no cuadraban: ¿Qué había hecho Antonio entre el martes a la mañana y el miércoles a la tarde, momento en que supuestamente había llegado al campamento? Sólo ocho horas separaban El Cairo de la excavación. Además su apuro era proverbial, tanto que pidió bajar de inmediato, tanto que se encerró a trabajar frenéticamente sin que lo viera nadie nunca.
Me inclino a pensar que los detalles fueron dispuestos por la mente ágil de Antonio, tan hábil y proclive a la ordenación argumental de los recursos. De allí radica que la información real fuese tan poca y la historia tan fantástica: circularon unas líneas bien meditadas por Antonio que profería el Profesor Cupedidae. Fuimos espectadores de una escena, oyentes de un conjunto de afirmaciones falsas y tendenciosas que tuvieron por objeto desviar la atención de lo que sucedía realmente.
El problema de los permisos los acuciaba, Cupedidae viajaba a El Cairo para destrabar la situación con frecuencia pero conociendo que pronto le acabarían de correr de la investigación. El encuentro de las momias siamesas y de las pinturas, extremadamente sugestivas para sus mentes místicas, junto con los inmejorables amuletos precipitó, no me atrevo a dar certezas psicologistas sobre un posible orden, el plan macabro para la realización perfecta de sus creencias oscurantistas.
Podían llegar a reponer la liturgia ancestral que tanto estudiaron, podían suscitar las fuerzas que en secreto añoraban, en el preciso lugar, en la propia meca. Sólo precisaban tener tiempo para hacer los preparativos correspondientes y controlar ciertos eventos.
Necesitaban una buena excusa para sacar a la gente del campamento a fin de concretar su plan y también asegurarse de tener su añorado descanso en la mayor paz. La desaparición de Antonio y la montada fábula del misterio servirían para lograr ambos fines; el tiro del final sería el derrumbe de la mastaba. Guardaron para sí celosamente el secreto que quedó al descubierto con el inesperado temblor: la puerta secreta de la entrada independiente.
Los imagino juntos tramando el engaño: a Antonio pinchándose un dedo después de dibujar los escarabeos, luego de escribir la misteriosa carta. Puedo imaginarlo partir en la madrugada de su supuesta desaparición y encontrarse con Cupedidae en el camino. Los puedo divisar ocultando la camioneta en el desierto.
Creo que con Antonio compartimos esa noche fría, cada uno detrás de las lonas de las carpas que nos separaban apenas unos metros pero ya desencontrados, eternamente.
Los imagino disponiendo el accidente del día siguiente donde, a la vez, sacrificarían a sus ayudantes para su vida postrera y lograrían el cierre definitivo de la excavación donde podrían realizar su apacible descanso, su ansiada transformación. Puedo imaginar a Cupedidae conduciendo a los condenados hombres a su muerte, produciendo el derrumbe sobre sus cabezas cuando ingresaban a la mastaba.
Puedo intuirlos confundiéndose con el polvo al ingresar por el túnel secreto. Los imagino vendándose en el frenesí de su locura, con la fe ciega de una vida futura; no tengo dudas de que su salida al otro mundo la causó la insulina aplicada en una gran dosis. Por último imagino, que en unas semanas se sabrán los nombres de los que descansan allí: Fiedrich Cupedidae y Antonio Jeper.