lunes, 6 de junio de 2011

Los duelistas (Alberto Diaz Flores)



Es la hora de la siesta en Sarandí. Un bicho bolita y una araña chamuyan en el patio delantero de una casa. El arácnido intenta disuadir al crustáceo de que se trence en combate singular con un insecto, más precisamente con un grillo, por una chapulina que accidentalmente viajó desde Méjico en una valija. El duelo ha sido planificado para la hora en el que el humano salga a fumar al sol.
- Querido amigo mío, piense un poco más antes de hacerse achurar. Es usted un ser pacífico y reflexivo; su rival, en cambio, un vil agitador muy peligroso. Además todo este asunto de perder la salud por un beguen con una mina es un desatino.
- Mire amigo, esto va para usted y para todo aquél que ose hablar mal de ella: no es gratis. Los amigos perderán mi querer y los insectos sus patas y sus alas. Y si usted sugiere camarada que yo debiera sentir miedo me veo en la obligación de decirle que ignora mi naturaleza. Mi tegumento es estampa de coraje y cuando quiero, quiero.
- Querido, yo nomás digo que un globo debe estar inflado para que reviente. Y prefiero perder su amistad a extrañarlo por fiambre: esa criatura no lo quiere bien pues corresponde a otro a la vez que a usted.
- Yo sé lo que dice la gilada, y sé bien qué dice el poligriyo que dice que…Ahora bien, dígame usted... ¿¡Lo ha visto con uno al menos de sus muchos ojos!?
- Pues no. Pero lo han junado las hormigas que parlan que da calambre pero que no conocen la mentira.
- Esas ‘va y vienen’ llevan y traen rumores nomás, y ninguna supo decir con certeza de dónde partió el barco.
- De todos modos, ¿Qué busca usted con ella? ¿Qué es lo que busca realmente amigo? Costumbres y ciclos distintos no encuentran comunión mayor que una paz a la distancia. Usted está cegado por un entrevero fulero y, ciertamente, tal estado de recelo y obsesión no se nombra con la palabra amor. Y déjeme decirle algo más, usted no ha de tener satisfacción alguna: las disímiles anatomías no favorecen ni siquiera los festejos que merece el querer.
- Amigo, yo ya no ando en busca de más nada. El amor es el hilo que me ha atado al destino de aquella hermosa criatura. ¿¡Ciego!? Sí. ¿Prendido? También. Pero me he cansado ya de rodar y ella me ha hecho volar. Y no sea otario; no se deje llevar por las apariencias que hay berretines que despiertan la suspicacia de un modo especial y siempre existe un rebusque para lograr lo que se añora.
- Lamento ver cómo se ha plantado tan terco en este sinsentido. Ya no puedo perder más el tiempo en disuadirlo pues se acerca el momento de la verdad; ya escucho los terribles pasos que son el prólogo del entrevero. Escúcheme bien, no hay chance de que usted salga victorioso de la contienda. Aguante como pueda el asedio que el escarabajo que apadrina a su rival lo quiere bien a usted y ha sido listo en la elección del sitio y del momento del duelo; una vez que el humano manye la riña no se podrá contener e intervendrá. Ya lo hemos visto rescatar a más de un artrópodo en aprietos.
- La vida es timba y rebajar los naipes es mula ¿¡Cómo me han podido jugar esta mala pasada!? Yo no preciso su compasión ni la de nadie patudo: yo me juego entero. Sepa que siento un gran desprecio en este momento por usted y por el napiún aquél pero no quiero desviar mi encono ni siquiera un instante de mi contrincante.
- Quédese piola amigo que el cartel de guapo ya se lo ha colgado al llegar a esta instancia. Y siga mi consejo que si hemos jugado a sus espaldas es porque usted está muy cerca de la hoja y se pierde el rosal.
- Usted no me entiende. Sólo hay cara o cruz para mí; el resto es ignominia. Y por más que le cueste hacerse a la idea, la huesuda anda refistoliando el ring para llevarse a alguno de los dos.
- Ojalá se equivoque amigo, por su bien. No me gustaría verlo irse por la rejilla por un mero orgullo de purrete.
El humano sale al patio y prende un cigarrillo. El bicho bolita le grita a su rival que es la hora de la rosca. El grillo, que se encuentra en su esférico dormitorio amplificador, al escuchar el llamado se frota las alas unas cuantas veces haciendo mucho ruido para preludiar su salida que se produce momentos después.
Reunidos la araña, el escarabajo y los duelistas se procede a la pregunta de rigor. El crustáceo toma la palabra:
- Si el boletero desagravia a la percantina no hay bondi. De lo contrario demando satisfacción.
- Bola de humo, yo no tengo nada que decir excepto que lo mejor sería que te guardes abajo de un adoquín- retruca el grillo.
- Caballeros, síganme entonces- dice el escarabajo.
Los cuatro marchan hasta una baldosa de color amarillo y se detienen. Luego de brindar suerte a los rivales, los padrinos se retiran a la baldosa contigua de color azul. Ya frente a frente los masoquistas se miden unos momentos y luego se entreveran de lleno en la danza mortuoria.
El grillo, veloz, lo sacude fuerte un par de veces a su enemigo con afán de dejarlo panza para arriba, pero no logra tener éxito. Sus mandíbulas intentan luego desgarrar, en vano, la coraza del crustáceo pero éste hábilmente se articula en todo momento para evitarlo.
Mientras tanto, en un jardín cercano, un saltamontes apalabra a la fémina que al tacho se disputan los duelistas. Elogia su verdor y no le miente al decirle que nunca ha visto otra igual. Ella corresponde el coqueteo y salta de hoja en hoja presumiendo su figura. El varón entonces, envalentonado, frota sus patas contra sus alas cantando a la percanta su promesa de amor y libera sus vahos eróticos en un intento de prender la mecha.
Por esos momentos, los masajistas continúan la contienda. El bicho bolita, astuto, se coloca cerca de los límites del ring y aprovecha una envestida de su rival para hacerlo pasar de largo rodando como una bola. El grillo, que se ve obligado a frenar bruscamente para no salirse de lo límites del ring, queda indefenso y muy cerca de su rival que logra montarse con un saltito sobre sus espaldas.
El humano fuma y camina el patio mirando al cielo por momentos, sin reparar en la escena bélica; ocupa su zabeca el recuerdo de una mujer a la cual ama.
La araña y el escarabajo se miran con terror. La certeza, por vez primera, del fracaso de su estratagema se hace patente: los errantes pasos del gigante se han convertido en riesgosos para los andantes del ras del suelo. Intentan advertir del peligro a los opuestos que no cesan en su lucha; pero éstos, en trance violento, se niegan a detenerse obsesionados con la muerte.
La inadvertida parca se emociona. Puede anticipar la repentina sombra que se posará sobre los duelistas y se imagina la fantasía de la suela de los camambuses del humano que será el instrumento de su doblete.
Más allá, la que brinca como bola de hule y el pardo rebotero han terminado su alegre fiesta y descansan en un colchón de hojas secas.

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