lunes, 22 de marzo de 2010

Las Hormigas (Alberto Diaz Flores)




1. Azar

Tuvo la impresión de que un insecto le surcaba el rostro. Sus dedos garabatearon un círculo como queriéndose deshacer de la cosa; cosa que lo ayudó a salir del sueño. Abrió los ojos y se desperezó levantando los brazos, dando un bostezo que cerró aquéllos por unos momentos. Luego apoyó la palma en la pared y estiró con fuerza su flexionado brazo izquierdo, provocando el envión suficiente para mecer la hamaca paraguaya sobre la que tomaba su siesta.
Miró al sol y giró inmediatamente su rostro en dirección a la pared para huir de su fuerte luz. Su cara entonces quedó presionada por el entramado de los hilos de la hamaca: su nariz doblada, el ojo izquierdo cerrado, la boca semejante a un embutido en una red tubular.
A través de un intersticio de la trama el perezoso y casual cíclope divisó una columna de hormigas en la pared. Notó que marchaban en dos largas filas contiguas de dirección contraria.
Sin moverse un ápice, concentró su ojo derecho en un punto fijo de la pared, tomando como referencia los restos de un mosquito estampado antaño con una ojota. Apreció a las hormigas rojas, diminutas, aceleradas e incesantes. Alguna que otra se desviaba levemente de la fila dando un círculo o tentando una perpendicular, pero volvía a encarrilar prontamente. Sus antenas en ese entonces más que nunca se movían.
Algunas cargaban pequeños pedazos de hojas; otras nada, pero todas iban o venían. En unos minutos contó cien que marchaban hacia el suelo, y otras tantas que ascendían en dirección a la terraza. Especuló que debía tratarse de millares circulando por la pared exterior trasera de su rectangular casa.
El vasto fluir le trajo a la mente el curso de un río. No supo bien por qué estableció esa relación casi inmediata entre ambos fenómenos, pero ya no lo sorprendía, como antaño, el carácter arbitrario de las asociaciones que tanto suscitaban en el ingenio humano todo tipo de intrigas.
Intentó seguir con su ojo, permaneciendo en quietud el resto del cuerpo, el lugar donde se perdían hacia el piso las hormigas, pero no alcanzó a divisarlo. Practicó entonces una pronunciada torsión con el cuello y observó que al llegar al suelo se bifurcaban continuando la marcha pegadas a la pared, unas para un lado y otras para el otro.
Buscó luego en lo alto hasta dónde se dirigían y cayó en la cuenta de que trepaban hasta la terraza. Intentó imaginar qué estimulaba semejante tráfico. Se le ocurrió que tal vez un coleóptero estaría siendo asediado patas para arriba sobre la membrana o que alguna de sus plantas estaría siendo desgarrada, de a poco pero con insistencia, por sus innumerables mandíbulas.
Al librarse de la presión de los hilos se dejaron ver unas cuadrículas superpuestas marcadas en algunos sitios de su cara. Antes de entrar para ir al baño dejó la suela de su calzado marcada en la pared. Especialmente sobre el zig-zag que describía la fantasía de la goma, estampados quedaron los cadáveres de las hormigas aplastadas.

2. Curiosidad

Al transcurrir los días, el estado ocioso y la curiosidad del accidental observador le hacen perseguir, con una incipiente y extraña inquietud, el recorrido incesante de las hormigas por la superficie externa de su domicilio toda vez que se topa con ellas.
Observa de lejos un día, al regresar de hacer las compras, que la medianera está repleta de pequeñas grietas similares en forma a las líneas que aparecen en los mapas, esa suerte de venas que indican el curso de los variados ríos. Al acercarse, nota con un efímero alivio que se trata de las infatigables hormigas.
Cae en la cuenta, poco a poco, de que recorren exactamente todas las paredes en varias columnas de cursos variables y, también, de que se pierden, las más de las veces, por ciertos agujeros mínimos que tan sólo de muy cerca se pueden percibir, como pegando el ojo a una mirilla.
Para su sorpresa descubre, abocado ya a una observación sistemática, que a ninguna hora del día o de la noche los numerosos pasos flaquean y que de todos los sitios por donde se cuelan y emergen las hormigas no diezman ni dan tregua al firme ritmo que imprimen todo el tiempo, cuya medida que él conoce, ahora entiende, ellas ignoran.
El interés prosigue de un modo inusual cierto día en que decide llevar todos sus muebles a la terraza para poder inspeccionar, sin obstáculos, las paredes del interior de sus cuatro habitáculos, donde continúa la tenaz peregrinación de las criaturas.
Sin buscarlo, nota en medio de la mudanza como la pesada marcha prosigue por algunos sitios de la membrana y percibe, anonadado, como se pierden por ignotas, hasta entonces, pequeñas filtraciones confundiéndose con la brea.
Los muebles quedan amontonados en el centro del techo formando una montaña en su cúmulo; junto con ellos, con los días, se agregan su ropa, sus libros, sus electrodomésticos y toda clase de objetos.
Prolijamente, mide y toma apuntes precisos de horas, recorridos y direcciones pero no atina ni siquiera tras sus investigaciones a especular dónde se encuentra el hormiguero. No obstante, no tiene dudas de que existe en algún lugar dentro de la casa. Nota, entre cientos de patrones inútiles y de caminos truncos, que durante algunos días el flujo andante hacia abajo marcha por la mano derecha y el ascendente por la izquierda; con igual alegría que terror también se percata de que con el plenilunio y el novilunio los flujos se invierten.
Tras unos días de reflexión decide munirse de una pala, de un pico, de una carretilla y de un listón lo suficiente grande para empezar una excavación. En la ferretería también, mientras espera a ser atendido, se decide a comprar una agujereadora y una moladora para inspeccionar algunos posibles conductos dentro de los ladrillos huecos de los que están construidas las paredes.
Mientras camina de vuelta, se repite frenéticamente que todas las cosas que tienen nombre y forma deben estar en el tiempo; y, por ello, además de ser finitas, estar sujetas a la ley de la causalidad. También que todos los fenómenos se reconocen en la superficie de los espacios. Sin embargo, sabe íntimamente que se repite tales palabras para que se le piante de momento el presentimiento que lo hostiga.
La agitación del sueño es tal ese día que lo obliga a levantarse en medio de la noche del humilde colchón que conserva, todavía, dentro de su casa y comenzar de inmediato las labores diferidas por la tarde para el sol del próximo día.
En poco tiempo demuele las paredes que establecen las divisiones de su casa, agujerea en todos los sitios de donde emergen y se hunden las impermanentes criaturas. Practica además toda clase de cortes en la pared con la moladora, surcos de distinto espesor en todas direcciones; entre ellos se recortan, se continúan, dentro y fuera de la casa. Rompe por partes también la loza; todo para seguir los cursos internos donde circulan los insectos.

3. Continuidades

Los vecinos lo veían frenéticamente subir a la terraza con la carretilla, a través del listón que utilizaba como rampa, los restos que provocaban sus constantes indagaciones. Exponencialmente la pila acumulada fue aumentando con los nuevos días.
No hubo mayores problemas entonces con la basura que producía como con los ruidos a deshoras y el daño que le causaba a la estética de la cuadra según algunos vecinos que lo increparon con excusas semejantes durante muchos días. Los comediantes del barrio, en cambio, se divertían con el acierto humorístico de cierta frase que afirmaba que sólo en el presente estado trabajaba este pobre hombre.
Por meses lo observaron rodear la casa, mirando los surcos, caminando muy cerca de las paredes, casi pegado a ellas con una lupa, o siguiendo con el dedo índice recorridos imposibles, enmarañados, a lo largo de las distintas superficies. Si alguien le preguntaba qué hacía, contestaba, naturalmente, que estaba persiguiendo a las hormigas.
Por esos días se lo escuchó hablar de los Upanishads, manifestarse fiel seguidor del monismo vedanta, mentar el anillo de Moebius e interpretar un contrapunto entre Parménides y Heráclito, cambiando las voces, la gesticulación de ambos personajes y alternando también la posición y el vestuario.
Por las noches lo oían gritar, particularmente más las de luna llena y las del interlunio en las cuales vociferaba que las hormigas invertían sus flujos. A veces asustaba a algún despistado que pasaba por la vereda frente a la casa; de repente y sin aviso, le gritaba exacerbado que no había principio ni fin y que nunca se iban a detener.
Las últimas veces que lo avistaron ya se encontraba embarrado en todo momento y colorado por el esfuerzo físico que le provocaban las constantes mudanzas de objetos que cargaba de un lado a otro. Acelerado e incesante, sacaba tierra con la carretilla y la llevaba al punto más alto del montículo que día a día crecía más y más.
A excepción de un incidente con un vecino que lo pescó intentando robarle un adorno de jardín que imitaba la forma de un escarabajo, nunca molestó a nadie directamente. La casa después de un tiempo se transformó en una loma enorme en medio del barrio y sobresalía por encima del resto de las casas llegándose a divisar a lo lejos.
Alguien observó luego, de que se lo tragara la tierra, que el gentil hombre había convertido su casa en un hormiguero.

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