domingo, 3 de abril de 2011

Tampoco si digo
un desierto rojo
de soles calmo mi sed
ni las letras dejan de rodar
en incisivas pequeñas llamas
que caen de la misma piel
sobre la misma piel
en la misma piel adentro de ella.
Así la sed frutos maduros
a punto de estallar:
frutos que queman pinceles del fuego
a sus carnales presas y se consumen
en la suavidad de las cáscaras moradas
y necesitan abrirse de sí pero se repliegan de placer
en el placer de las incisivas llamas doradas
que queman que hieren que detienen
el curso de las estaciones.
Eternidad, hilandera
que hilvana en el cuerpo
fuegos divinos.

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