
Los luchadores volaban por el cuadrilátero. En pleno vuelo el peli-largo con traje rojo, engancha un nudo doble-nelson al cuello de su contrincante. Entonces, agarré mi sombrero y la recogí del brazo y nos fuimos de las gradas al auto. Manejamos hasta Bolivar, un pueblo a quince kilómetros. Comimos panchos y bebimos frutas. Le toqué el sentido, me sentía vivo. La amé toda mí vida, mí princesa, mí verdurita esencial. El luchador tenía un apodo: Verdurita Esencial.
Su traje era como un morrón gigante. Nunca más tuve ese sueño. Una vez recuerdo haber visitado Bolivar, pero fue hace rato. Creo que tomé una cerveza. Siempre me acuerdo de la verdurita.
A la mañana me quedé dormido. Me desperté a las seis. Fue difícil dormir con tanto calor, tuve pesadillas de ensueño. Desayuné a las ocho. Durante dos horas contemplé, al fresco del aire, mis
recuerdos de la noche. La mañana era absoluta, bebía el agua, sabía que Gragea venía a visitarme. Quería hablar de la noche del asesinato, con el que tanto soñaba.
Con el cinturón que no combinaba ni mis zapatos ni el sucio sombrero que llevo siempre. Las medias agujereadas raspaban los mocasines marrones. Cuando estaba listo mojé mi cara con agua fría pero no sentí frescura. Gragea me sorprendió a las nueve en punto. Vestía elegante, moderna como siempre. Me aprete la poronga bien fuerte. Entonces me paré sobre el piano de cola y tiré mi trago al piso. Después le agarré las tetas y hablamos de la noche del asesinato, entre gemidos. Luego comimos vainillas, y a las diez nos fuimos al central hall del barrio. Los residentes, mis vecinos, son abominables monstruosidades de personas. Me eriza interactuar con
cualquiera de ellos. Calcé mis gafas oscuras del bolsillo del impermeable y cruzamos de calle. Al cruzar, se aproximan los matones de "Alfredo", y matan a Gragea con una cantimplora cargada de jugo.
ME quedé mirando todo el tiempo. En el fondo pensaba en que ya sabía que la estaban buscando. En el fondo, yo les dije a qué hora y dónde. Luego del asesinato me dieron la recompensa en un sobre pequeño, contenía un cheque a nombre del Sir Franciose del Carril Andante. Malditos cheques. Era sábado y yo quería comprame una coca-cola fría.
Y fue así que al kiosquero le pedí la coca mas fría y un cigarro de papas. Batman me invitó una pizza con anchoas, pero yo solo quería mí coca fría. Observé la ciudad morir con la calle, en rentas, en billetes, en una maldita pizza pagada por un maldito super héroe.
"Odio los comics!!!!" Dijo un adolescente con una cresta y un chaleco de jean. Batman arrugó su mascara de asombro y pavor. Tiró sus anchoas sobre el impertinente joven. Una vez más la dulce justicia de las revistas.
Fuí al Jardin de Manzanos a hablar con mi jefe. Me dió detalles del nuevo operativo en Labrada. Me fuí satisfecho, la plata era en cantidad y conveniente. Mi jefe es de esas pocas personas que
aún creen en su trabajo.
Me agarré la poronga otra vez, esperando que algo explote como por control remoto. Iba a explotar el mundo, y asi fue que todo murió, yo inclusive.
Su traje era como un morrón gigante. Nunca más tuve ese sueño. Una vez recuerdo haber visitado Bolivar, pero fue hace rato. Creo que tomé una cerveza. Siempre me acuerdo de la verdurita.
A la mañana me quedé dormido. Me desperté a las seis. Fue difícil dormir con tanto calor, tuve pesadillas de ensueño. Desayuné a las ocho. Durante dos horas contemplé, al fresco del aire, mis
recuerdos de la noche. La mañana era absoluta, bebía el agua, sabía que Gragea venía a visitarme. Quería hablar de la noche del asesinato, con el que tanto soñaba.
Con el cinturón que no combinaba ni mis zapatos ni el sucio sombrero que llevo siempre. Las medias agujereadas raspaban los mocasines marrones. Cuando estaba listo mojé mi cara con agua fría pero no sentí frescura. Gragea me sorprendió a las nueve en punto. Vestía elegante, moderna como siempre. Me aprete la poronga bien fuerte. Entonces me paré sobre el piano de cola y tiré mi trago al piso. Después le agarré las tetas y hablamos de la noche del asesinato, entre gemidos. Luego comimos vainillas, y a las diez nos fuimos al central hall del barrio. Los residentes, mis vecinos, son abominables monstruosidades de personas. Me eriza interactuar con
cualquiera de ellos. Calcé mis gafas oscuras del bolsillo del impermeable y cruzamos de calle. Al cruzar, se aproximan los matones de "Alfredo", y matan a Gragea con una cantimplora cargada de jugo.
ME quedé mirando todo el tiempo. En el fondo pensaba en que ya sabía que la estaban buscando. En el fondo, yo les dije a qué hora y dónde. Luego del asesinato me dieron la recompensa en un sobre pequeño, contenía un cheque a nombre del Sir Franciose del Carril Andante. Malditos cheques. Era sábado y yo quería comprame una coca-cola fría.
Y fue así que al kiosquero le pedí la coca mas fría y un cigarro de papas. Batman me invitó una pizza con anchoas, pero yo solo quería mí coca fría. Observé la ciudad morir con la calle, en rentas, en billetes, en una maldita pizza pagada por un maldito super héroe.
"Odio los comics!!!!" Dijo un adolescente con una cresta y un chaleco de jean. Batman arrugó su mascara de asombro y pavor. Tiró sus anchoas sobre el impertinente joven. Una vez más la dulce justicia de las revistas.
Fuí al Jardin de Manzanos a hablar con mi jefe. Me dió detalles del nuevo operativo en Labrada. Me fuí satisfecho, la plata era en cantidad y conveniente. Mi jefe es de esas pocas personas que
aún creen en su trabajo.
Me agarré la poronga otra vez, esperando que algo explote como por control remoto. Iba a explotar el mundo, y asi fue que todo murió, yo inclusive.
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