viernes, 30 de octubre de 2009

No somos distintos (Alberto Diaz Flores)



Recorro con la yema de mi dedo la suave hoja.
Su pelambre mínima me transmite un leve estertor
y noto que respira e intuyo su impasible vida.
Siento sus vibraciones y me suspendo en su belleza.

Me pregunto si oye, la apalabro con ternura.
Escuché que en Bolivia las fustigan e insultan
para que brinden más flores y frutos, y funciona.
Y lo haré por muchos días hasta que algo suceda.

El sentido de la fe, de la magia y de la adivinación se perdieron hace tiempo ya,
advino la causalidad, la dramaturgia acelerada y el cálculo de posibilidades .
¡El camino siempre es simple y natural aflora la respuesta! Pero no.
Sólo puede atribuirse a la soberbia y a la violencia el torpe curso.

El hombre capta memorias de la naturaleza en su interacción continua,
en las incesantes repeticiones de sus percepciones que se suceden
en un perpetuo movimiento, sin principio ni fin, solo capta fragmentos.

Los separa y los emula en una sucesión continuada, practica planos sobre constelaciones pero nunca es conciente de lo simultáneo: la implicancia de la acción de las fuerzas todas. Y la repetición crea memorias, requechos susceptibles de orden y combinatoria.

La torpeza radica en simular un orden arbitrario de observaciones como la cifra de lo posible, y el sospechoso arte de la disposición lineal construye ficciones verosímiles, encantos fútiles, límites mentales en la naturaleza jocosa.

El hombre hace de las partes culto y las multiplica, en mimesis, movilizando con ellas también fuerzas, y repercute en procesos, cada vez más grandes, con su disritmia a medida en que reproducen sin observar en su insistencia, terca, en su placer, vano, por la iteración.

Pero es suerte que la natureleza y su vida, desde la más remota estrella hasta el coleóptero que en este instante me rodea, y su energía: mudable y perenne, múltiple y una, siempre nos empuja a encarrilar, a proseguir su ritmo eterno del modo en que sea necesario.

Es suerte que su violencia sea disrupción fuerte para un comienzo ameno, como luego de tormenta; y es deleznable el remedo humano, sostenido y disfrazado.

Los sabios descubrieron el mundo en el sentido mágico, en el amor a la vida. Sus adivinaciones, puros actos de fe, se verificaron; percibieron movimientos que vincularon a través del intelecto.
Ellos experimentaron la simultaneidad, lo que trasciende las consideraciones del espacio y del tiempo, en sus pieles.

El presente es absoluto y vivo en continuidad, es un no tiempo y es un no lugar, pues siempre es ya y nunca es acá; el hombre se ayuda con nemotécnicas y arbitrariedades que le permiten dominios vanos y festejos enormes; por memoria proyecta y por memoria cree que ha vivido.

Los hombres adivinaron su muerte, les parece ser demasiado finitos; se entregan a la actividad y a la violencia, movimientos naturales del cosmos, y se dan constantemente de bruces aunque todos buscan lo mismo por errantes caminos: la paz, la eternidad.

Faltaron al conocimiento y a la ética cuando confundieron perezosamente lo simultáneo por lo inmediato, cuando pudieron medir sus acciones y evaluarlas respecto a fines, cuando se perdieron en el simbolismo separándose de sus cuerpos.

El lenguaje que es sonido con memoria o, en su verión mejorada, duraderos grafos con memorias y el encanto que halló el hombre por la subdivisión lineal ilusionaron en tiempo; en especular causas: en practicar modos de acción ligados a algo que de por sí es indefinible.

El tiempo se sentía, ahora nos acostumbramos a que exista sin nosotros y andamos como podemos el rato que nos convoca.

Los hombres, por desdén al presente absoluto de los cuerpos, en su insensata materia mental hallan una batalla constante entre las sustancias erróneas.

Al establecerse límites y violencia en su memoria frágil con la de los otros, siendo la memoria hija del olvido y el olvido hijo de la memoria; siendo los signos reversibles cegadores siempre corriendo en sentido contario, a la vez, se enmaraña y se anuda complejamente.

Y fuerza todo porque es más simple e inmediato, porque es sencillo destrozar, porque es más efectista la empatía de la violencia que la simpatía de la risa y de la bondad, porque es más sencillo disgregar que integrar y más inmediato embotarse que clarear.

Y porque hemos entrado en conflicto con nuestra propia naturaleza estamos insanos, siempre tirando de un opuesto somos arrastrados por el contrario: es simple, es visible, sucede cotidianamente. Vemos el universo y sus formas circulares. Pero no, ¡Estupidez!

La toco, la miro, la huelo, la beso y le hablo con dulzura.
La observo tenaz y aprendo sus diferencias, en comunidad,
en el devenir constante y mirando comprendo:
Uno es mutar, sin antes ni después: junto a todo y a todos.

Y en una gota al caer, en un brote mínimo, siento que sucede,
me transformo con ella pero noto que con todo sucede igual.
La veo crecer y caerse, solearse; bañarse y moverse, suspirar
Y yo crezco y me achico, me doro, me mojo, vibro y resoplo.

La veo deshacerse, reciclarse, brotar en nuevas formas pero la sigo viendo ¡Ciclo-ne-s!
Y, poco a poco, me deshago mientras ruedo por inercia y me empeño en encontrar sentido con nuevas ideas y me sigo viendo en el espejo repetidas veces ¡Tormentos!

Con ayuda del lenguaje se configuró un juego para humanos donde el sentido que por natura es paradojal y simultáneo a nuestras mentes, a palos se lo fuerza a ser uno. Vivimos, por ello, enroscados en una suerte de azar infinito y con umbrales regulados en base a un cálculo banal: reducidos a la mera repetición sin respetar ya la vida ni nada.

Sometidos a ley de la naturaleza, captar partes, paradójicamente, nos llevó a quitarnos los cuerpos, a vivir en el lenguaje, a diferenciarnos inútilmente de ella, a dominarla torpemente ¡acaso como si se pudiera! y por ello ella es, cada vez, más hostil con nosotros y nos reclama , poco a poco, Revolución.

Nos agobia la sensación de estar fuera del tiempo, y tan sólo es una imaginación que habita nuestras mentes y nos separa, de nosotros mismos y del resto.

Pero el derrotero que suscita nos dirige a la inexorable realidad natural: notamos que todo va en siempre en sentidos contrarios, sentimos que todo es lo mismo, pero lo notamos ya casi exánimes, con los ojos cansados y la mente doliente.

Intentaré no olvidar jamás esos largos instantes de quietud y de claridad, cuando descubrí, feliz, que eras bonita para mí, por mí; en mi mirada que ahora también es tuya. Recordaré cómo se dilataron mis pupilas tragando tus colores y tu paz. Y la jubilosa sensación de éxtasis que me invadió al sentirme, al fin, parte del infinito cosmos.

1 comentario:

  1. Tiró toda la carne al asador,muy bien y muy bueno,para recomendar.
    Sepa usted,Alberto Díaz,que en la República de Dock Sud ,es bienvenido (venga solo).

    Atentamente

    Dock Juan De Sud

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