jueves, 24 de septiembre de 2009

Estación Sarandí (Alberto Diaz Flores)



Bajo con el poco aliento que me queda los escalones de la empinada estación de Sarandí.
Mis pasos caen y me recorren desde el pie opuestas vibraciones: como si asestara fuertes golpes al suelo con las plantas de mis pies: electrizadas-electrizantes. Lindera mi mente busca el presente y el desatino sobreviene irremisiblemente…

Con el cuerpo cansado pero sin miedo ya, ni nada, camino entregado hacia el fin de mi suerte pues el lugar donde llegue será el paisaje de mi muerte. Lo sé indefectible, así lo adivina mi mente y lo manifiesta mi cuerpo que siente fragmentariamente, pero se estremece todo, con silencios cada vez más pronunciados. Busco los verdes pastos para dejarme morir pues los prefiero por sobre los duros cimientos que siempre y, más que nunca ahora, me resultan tan hostiles.
Enarbolo esta sucesión de blables articulados con el resto que me queda pues estoy convencido que todo se repite en todo y que las palabras son todo lo que hay y nada realmente. En la historia abundan ejemplos de las magias que se convocan con ciertas y precisas liturgias por medio del lenguaje; creí siempre que eran producto de sofistas pero de momento me aferro anhelante a esta práctica insoslayable que abraza a todas las religiones y cultos, y que no deja de manifestarse en la lógica y las matemáticas, y en cada momento de la vida cotidiana de cualquier humano si se piensa seriamente: es una combinación precisa la de lenguaje, memoria y energía. Las diferencias se dan en la observación y nunca en la naturaleza de las cosas. Sé también que en algún lugar del universo me corresponderá, en el momento que expire, un ligero estremecimiento, quizá sea el preciso instante en que un insecto pierda su equilibrio y caiga, así de insignificante para el resto; o en cualquier otra parte, no importa demasiado pero sucederá inexorablemente.

Mi vida acá se termina y sé que mi energía se dispersará abandonando mi ánima y que, de algún modo, con su ayuda reescribirás el ocaso de mi aliento, en uno de tus versos, algún día: y muero sonriente pues en ese entonces despertaré de mi letargo, contigo, en una nueva vida.

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